Ludwig Tieck, uno de los mayores representantes del romanticismo alemán, nos plantea en El Monte de las Runas (también llamado “El Runenberg”) si la naturaleza no es algo destructivo para el hombre, si es posible una coexistencia entre esta y la civilización, pues parece que en lo más profundo de las montañas, la roca, los árboles y los mares, se hallan todavía fuerzas misteriosas que se escapan más allá de la comprensión del género humano. Eso es lo que se nos cuenta de Christian, un joven cazador que, cansado de la convivencia con sus padres, decide un día llevar una vida de soledad en plena naturaleza, hasta que se topa con un extraño que le habla de una misteriosa montaña de belleza cautivadora.
Se trata de una narración de clara ambientación fantástica, ubicada en una región indeterminada de un país también indeterminado. Un cuento que plantea una serie de cuestiones como la que inicia este texto, y que tienen que ver con el espíritu del ser humano. La naturaleza se convierte aquí en una esencia en bruto, misteriosa, que encierra soledad para con aquellos que la contemplan o se sumergen en ella. De vez en cuando se avistan en sus recovecos lugares remotos como este monte de las runas, donde el protagonista de esta historia recibe una bandeja repleta de joyas de mano de una mujer etérea. En ese momento su vida cambiará totalmente, dejando de lado la nueva vida que comenzó a desarrollar en el pueblo, de gentes obsequiosas y amistosas que le acogieron gustosamente. La obsesión por el monte de las runas y por la mujer etérea crece gradualmente, alterando la razón (haciendo incluso que abandone a su familia y a quienes le aceptaron), evidenciando una vez más esa clave que se da en el romanticismo, entre la imaginación y lo que es innegablemente sustancial, real. Debemos, a su vez, comprender esa fascinación que parece ejercer en los románticos el mundo mineral.
El punto más destacable del relato es esa diferenciación entre los dos conceptos, como son lo natural, la familia, el hogar en una ciudad, pueblo o villa, y el cambio que puede suponer este tipo de cosas para alguien acostumbrado a vivir en plena armonía con dichas carencias. También se da la connotación religiosa, el contrapunto de lo que significa vivir en la impiedad bajo el amparo de Dios (familia, hijos, responsabilidades para con los demás…). Se trata en definitiva, de un interesante relato que deja una sensación agridulce al final, puramente de cuento de hadas folklórico, y que de los dos que he leído del autor, este me parece el mejor con diferencia; el otro era El rubio Eckbert (ver reseña), con el que tiene ciertos puntos en común.
Sobre el autor... Ludwig Tieck (1773-1853) es uno de los escritores más productivos del primer romanticismo alemán, y uno de los más ilustrados. De prolífica bibliografía, entre cuentos y novelas, dramas y ensayos, se hizo a su vez famoso por sus traducciones de Shakespeare y una edición al alemán de El Quijote de Miguel de Cervantes. Intercambió ideas con filósofos y literatos como Schelling o Schlegel, fue influido en un principio por Goethe, y es considerado como el autor del primer relato de vampiros del romanticismo. Se inspiró en el folklore alemán, cultivó mucho más tarde la novela histórica, y en el teatro despuntó por sus versiones satíricas de diversos cuentos de hadas.
Este relato también puede encontrarse en la antología Cuentos Fantásticos del Romanticismo Alemán, edición de Valdemar. También está recopilado en otras ediciones como Cuentos Fantásticos (2009), de Nórdica Libros, El Runenberg (1987), en edición de Oñaleta (junto a “El rubio Eckbert”), y Lo superfluo y otras historias (1987), de Alfaguara. Consta de unas veinticuatro páginas en la edición que yo he leído, la de Valdemar.
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Hace mucho tiempo que no oyes el suave sonido de la pluma rasgando el pergamino, así que busca en la estantería más cercana y recita los versos apropiados, pero sé cuidadoso o terminarás en la sección prohibida. ¡Por Crom! Los dioses del acero te lo agradecerán.