Título original: Живущий.
Edición: 384 págs. Nevsky Prospects, noviembre 2012.
Disponible en ebook: No.
Precio: 24 € (rústica con solapas).
Traducción: Raquel Marqués García.
Temática: Ciencia ficción, distopía.
Correlación: Novela independiente.
Podría acabar esta reseña muy
rápidamente. En realidad podría decir “leed todo lo que saque
Anna Starobinets”, y seguramente sería la síntesis perfecta de la
idea de fondo y el mejor consejo que podríais sacar de toda la
parrafada que sigue. Pero como sería un poco arrogante por
mi parte pretender que aceptéis esta conclusión sin llegar a
argumentarla, ahí vamos...
Anna Starobinets (Moscú, 1978) quedó
finalista en 2006 en el prestigioso premio
Natsionalni Bestseller con su recopilación
de relatos
Una edad difícil (Nevsky Prospects, 2012), y que tuve
el placer de leer el verano pasado. El relato homónimo es de los
mejores y más perturbadores que he leído recientemente, y va
directo a mi top diez personal de los mejores relatos de terror del
siglo XXI. Starobinets, que parece encontrarse muy
cómoda en la frontera entre el terror y la ciencia ficción (muchos de los relatos
de aquella antología encajaban en ambos géneros) empieza a ser
conocida como “La reina rusa del terror”; pese a ello, dos de los
siete libros que lleva publicados van destinados al público
infantil. Compagina su tiempo entre el trabajo periodístico (ha
trabajado en el
Gazeta.ru, en
Argumenty i Fakty y en
Expert;
actualmente es reportera en el
Russki Reporter) y su carrera como
novelista y guionista. Yo la clasifico como uno de estos
autores jóvenes a los que poco a poco empezamos a conocer y que sin
duda marcarán la pauta en los próximos años, tales como China
Miéville o Paolo Bacigalupi.
“La distopía se basa
en el miedo y en la advertencia. El miedo no de un individuo, sino de una sociedad entera”
El Vivo, su novela más
importante, toma el nombre del conjunto de
la sociedad del futuro: tres
mil millones de habitantes, ni uno más, ni uno menos.
Tres mil
millones de seres humanos que viven en el mejor de los tiempos
posibles, habiendo logrado la inmortalidad (mediante un sistema
simple y encantador; al morir, el sistema transfiere lo que podríamos
llamar “el alma” de uno al cuerpo de un nonato), con plena
libertad para vivir según les plazca y experimentar con todo lo que
deseen en los niveles de consciencia ampliada de los que gozan
gracias a la misma tecnología que les garantiza la vida eterna.
Todos forman parte de “El Vivo”, son como sus células, partes
pequeñas pero importantes de un enorme organismo. El sistema les
permite estar en contacto constante, gracias a algo similar a un
internet interiorizado: cada uno puede mantenerse ocupado en sus
redes sociales simplemente en una segunda (o tercera, o cuarta) capa
de consciencia. Este mismo sistema garantiza una educación de
calidad (con bajarse un programa educativo directo a una de estas
capas basta) y una “memoria” perfecta, puesto que las
experiencias vitales se pueden almacenar igual que archivos en un PC
y disponer de ellas –o eliminarlas– cuando plazca. Sin duda, algunos sacrificios se han
tenido que hacer para llegar a tal situación ideal. En los tiempos
previos a "El Vivo" hubo guerras, hambruna y plagas. Infinidad de
especies animales perecieron, y las que sobreviven –vacas, perros,
cerdos– están extremadamente protegidas en refugios especiales.
Rehuyen, sin embargo, la humanidad; la presencia de cualquier humano
les aterroriza. En cambio con los insectos parece que no hay problema
–los insectos, especialmente los insectos “sociales”, parecen
ser un tema recurrente en Starobinets– por lo que se los ha
adoptado como mascotas.
Es en este sistema ideal nace
Cero, un niño marcado con una peculiaridad única: está fuera
del ciclo de reencarnaciones por las cuales cada ser humano es
inmortal. Cuando uno muere en "El Vivo", no es más que una desconexión temporal, ya que renace al cabo de poco. Por ello
no hay personas nuevas, salvo él. Cero se convierte en el mesías
involuntario del cambio, en el profeta de los descontentos, muchos de
los cuales ni siquiera eran conscientes de su descontento. Su sola
existencia cuestiona el sistema. Pero Cero no tiene interés en
destruir ni cambiar nada; Cero quiere encajar, quiere ser uno más.
Por su peculiaridad, no se le conectó al nacer con el tejido virtual
que conecta a todos los demás. Está solo. No puede compartir lo que
los demás. Y las circunstancias le empujan a convertirse en lo que
no quiere.
Muy resumido, esto es El Vivo.
Pero como las capas de consciencia de sus protagonistas, se trata de
una novela con muchas lecturas; la más reciente de una larga
tradición de novelas distópicas.
La distopía se basa en el miedo y en la
advertencia. El miedo no de un individuo, sino de una sociedad entera;
la advertencia, mostrando como “si esto sigue así...” las cosas
pueden acabar muy mal. Y viendo como la mayoría de las
distopías se centran en un protagonista enfrentado al horror de un
gobierno totalitario, el totalitarismo debe ser el principal miedo de
la sociedad. El totalitarismo significa, en última instancia, la
pérdida absoluta de la voluntad individual; la sumisión completa a
la voluntad de otros, unos líderes ocultos, que pueden disponer como
se quiera de tu vida. Y a partir de aquí, quieras o no, convertirte
en cómplice de sus actos y decisiones.
“La empatía con los insectos es una gran idea para mostrar la sociedad colectivizada”
Los protagonistas de una distopía
suelen ser gente trágica, dividida entre la obediencia y el respeto
a unas normas, y la disidencia que crece en su interior amenazando con convertirles en mártires. No siempre acaban bien, las distopías.
Al fin y al cabo, de algún modo son un cuento de terror; enfrentan
la esperanza del protagonista –y del lector– con “la dura
realidad”; y es que al final, parece decir la moralina, es muy
difícil romper un sistema, o salir de él (ninguna lo ejemplifica
mejor que la durísima
1984 de Orwell). Mejor, por lo tanto,
no llegar a crearlo. Mejor vigilar muy bien, estar atentos, para no
despertarnos algún día en medio de una distopía, si es que no
estamos ya en una.
Grandes ejemplos de este subgénero son
1984 de
George Orwell,
Un mundo feliz de
Aldous Huxley o
Farenheit 451, de
Ray Bradbury. Forman la sagrada trinidad de
las distopías, y diría que todas ellas, de un modo u otro, forman
parte de “El Vivo”. Elementos que trata el libro ya aparecían en
aquellas. Hay sin embargo otra obra, mucho menos conocida, y que sería quizás el primer ejemplo auténtico del subgénero,
que es la principal referencia de Starobinets; se trata de
Nosotros,
de Yevgeni Zamiatin. Publicada clandestinamente en 1921 (la primera
edición legal Rusa no llegaría hasta 1988)
Nosotros ya
planteaba los grandes temas distópicos: control absoluto del estado,
con represión a los disidentes, e incluso a los disidentes
potenciales; destrucción de la intimidad (vigilancia continuada); el
“yo” se diluye en el “nosotros”, destrucción completa de la
individualidad, asignando incluso números a las personas, en
sustitución de sus nombres.
La portada original rusa de la novela es inquietante.
Nosotros es pues la principal
influencia de El Vivo, pero yo diría que no la única. La idea
de la reencarnación como método para lograr la inmortalidad, de tal
modo que cada niño nacido lleva la personalidad de un individuo
muerto, el cual a la vez llevaba la de otro y así hasta el inicio
del sistema, ya aparece en La ciudad y las estrellas de Arthur
C. Clarke, y tratado de un modo bastante similar, con un niño
“mesías” que nace sin, al parecer, contener ninguna vida pasada.
Y esta es una forma muy hábil de Starobinets de mostrarnos a su
humanidad deshumanizada; la que empatiza con los insectos y
aterroriza a los mamíferos.
En resumen, El Vivo me ha
gustado. Toca todos los temas distópicos clásicos, desde la
alienación del protagonista (que me parece muy interesante; en este
caso, queda al margen por ser de algún modo primitivo; en otras
novelas, como Juan Raro, de Olaf Stapledon, pasa al revés; uno queda
marginado por ser superior al resto, un grado más allá en la escala
evolutiva) a la existencia de un gobierno totalitario cuyas prácticas
quedan al margen de lo que se exige a los demás. Es como una
actualización de las ideas de Orwell o Zamiatin, sazonadas con
proyecciones a partir de las tecnologías actuales, como internet, de
la que cada día somos más dependientes. La gente, por ejemplo, ya
no desarrolla la memoria; gracias a sus facultades internas análogas
a las de un PC, no la necesita. Y al poder estar conectado las 24 horas con las redes sociales, y ver cuando quiera toda clase de series o
películas –que de paso aprovechan para hacer propaganda del
sistema– va alejándose de “la primera capa”, la realidad
física, perdiéndose en la realidad virtual. Me parece un tema muy
interesante y Starobinets lo trata brillantemente. E imprime su sello
personal, siniestro, en todas partes; la empatía con los insectos es
una gran idea para mostrar la sociedad colectivizada.
Lo que no me ha gustado tanto es que en
el fondo parece que se nota cierto mensaje conservador. Se lamenta el
que las familias ya no existan, pero parece como si lo que se buscara
es el regreso a la familia tradicional. Uno de los modos a través de
los que se expresa el descontento es a través de empezar a negarse a
adorar a "El Vivo" como a una deidad, volviendo al dios triple –obviamente, el dios cristiano trinitario–. Es como si Starobinets
pensara que la religión es parte natural de las cosas. Lo cierto es que las distopía son un
tipo de ciencia ficción muy realista –aunque yo soy de los que, ante una
acusación de pesimismo, se defienden alegando ser realistas–, los
futuros distópicos me parecen más creíbles que los que sugieren
otros autores. Es decir, la ciencia ficción tradicional para mí es más
fantasiosa, más ficción que ciencia.
Vivimos en una era de pesimismo
plenamente justificado, y creo que nuestra literatura lo refleja
perfectamente. En los últimos años, los tres géneros fantásticos
se han oscurecido notablemente. En la ciencia ficción triunfa más que nunca la
distopía, incluso en su vertiente más juvenil con “Los juegos del
hambre”. En el terror, la literatura de zombis parece ser la
perfecta metáfora de una sociedad atontada y decadente. En la
fantasía, se busca “el realismo”, con la llamada “fantasía
oscura”, que prescinde del tono a cuento, a sueño, que venía
siendo lo habitual; no ya en Tolkien, incluso en la fantasía de los
ochenta y noventa primaba este mismo tipo de mundo medieval
romántico. Ahora este sueño se ha roto y en la fantasía hay sangre
y muerte por doquier; en el terror, seres descerebrados más
hambrientos que nunca, y en la ciencia ficción, el futuro que nos espera es una
pesadilla.Vivid la pesadilla de lo que vendrá, leed El Vivo”.
por Nyarla
diciembre 09, 2013
3 comentarios
Parece muy interesante, me ha encantado cuando nombras otros libros para hablarnos de este. Me lo apunto, que tengas un buen día.
Pensando que la sociedad rusa es algo que siempre me ha llamado la atención, no he tenido más remedio que fijarme en esta escritora. Encima, el argumento que nos has explicado me parece súper interesante, sobre todo cuando has estado hablando de que le tienen fobia a otras personas, algo que ya he visto reflejado en libros como Clorofilia en cierta forma (también de un escritor ruso) y en Ready Player One, ya que prefieren estar conectados a la red donde tienen un paraíso de posibilidades que no centarse en la pobreza que les rodea en el mundo real.
Me llama bastante la atención, por lo que este libro también va derechito a la lista de mis futuribles. ^^ Por cierto... me encantan tus reseñas *.* siempre aprendo algo, y no me voy a cansar de decírtelo. xD
haha muchas gracias :D
Creo que es el mejor cumplido que se le puede hacer a un reseñista, de modo que te lo agradezco mucho ^^
Hace mucho tiempo que no oyes el suave sonido de la pluma rasgando el pergamino, así que busca en la estantería más cercana y recita los versos apropiados, pero sé cuidadoso o terminarás en la sección prohibida. ¡Por Crom! Los dioses del acero te lo agradecerán.