El pasado 15 de marzo fue el septuagésimo séptimo aniversario de la muerte de uno de los mayores y más influyentes maestros del terror. Howard Philips Lovecraft, el ermitaño de Providence, murió joven, pero su impacto en el género fue duradero y a lo largo de las décadas no ha hecho más que crecer. Mientras vivió, la fama lo rehuyó, pero se formó a su alrededor un círculo de amigos epistolares, colegas escritores; destacaban entre ellos Clark Ashton Smith y Robert E. Howard, y en menor medida, Frank Belknap Long o, hacia el final, Robert Bloch. Estos autores vivieron en directo la creación de lo que se llamarían “los mitos de Cthulhu”, participaron de ella y la enriquecieron con sus propias aportaciones. Tras el suicidio de Robert Howard y la muerte de Lovecraft, Clark Ashton Smith abandonó la ficción y aquel increíble grupo quedó disuelto. Fue el fin de la edad dorada del pulp de género. August Derleth, que también había pertenecido al círculo –como autor menor–, hizo un buen trabajo editando posteriormente mucho del material que se había publicado en aquellas revistas, como la mítica Weird Tales. En gran parte, es a él a quien debemos que la influencia y la fascinación para los mitos siguiera expandiéndose después de la muerte de su trinidad creadora.
Valdemar, que entre otras cosas destaca por sus interesantes antologías temáticas (me parecen especialmente reseñables La maldición de la momia, Trece para el diablo o La cabeza de la gorgona) ha editado recientemente Alas tenebrosas: 21 nuevos cuentos de horror Lovecraftiano, que busca precisamente exponer cómo de vivos siguen los mitos de Cthulhu en el siglo XXI. Aunque algunos transcurren en los sombríos años treinta post-depresión de Lovecraft, la mayoría tienen lugar en nuestros propios días: el horror cósmico es atemporal. Si aquel clima de recesión económica era ideal para recrear un sentimiento de insignificancia ante poderes mayores e incomprensibles en el lector, ¿no lo es igualmente el actual? Y por motivos muy similares.
El nivel general de los relatos de este tomo es muy alto, objetivamente. Y los autores, si bien “nuevos” en relación a los clásicos que antes mencionaba, han sido ampliamente publicados, aunque normalmente fuera de España (la excepción sería Ramsey Campbell ), algo que me atrevería afirmar que cambiará pronto gracias precisamente a Valdemar en su colección "Insomnia" (La guardia de Jonás es uno de sus primeros títulos). En algunos casos ya se confirma en el mismo tomo que aparecerán próximamente en tal colección; Caitlín R. Kiernan (cuya novela La chica ahogada será la tercera entrega de "Insomnia"), abre la selección de Alas tenebrosas con lo que podríamos interpretar como una secuela a uno de los mejores relatos de Lovecraft, “El modelo de Pickman”. En “El otro modelo de Pickman”, Kiernan recoge el testigo y en una estructura muy lovecraftiana (el amigo que descubre ciertos papeles de un difunto reciente que le llevan a investigar campos oscuros que mejor sería dejar tranquilos) ofrece un relato muy atmosférico, más sugerente que trepidante, que nos deja con muchas ganas de más. Es muy difícil citar otros relatos, y es muy posible que aquellos que a mi me parezcan más reseñables resulten aburridos para otros, pero creo que hablar de “Los habitantes de Wraithwood” de W. H. Pugmire es una apuesta segura. Es una lectura sumamente evocadora, onírica, que apela a la sensibilidad artística del modo más retorcido: no es el autor quien crea la obra, sino esta quien moldea al autor, o incluso al simple espectador. Una realidad que a menudo encontramos en los relatos de los mitos.
Otro que me ha llamado muchísimo la atención, por cómo coge los grandes temas del Maestro (sectas, fascinación por el abismo, primigenios) y les da un giro moderno y callejero, es “Trapicheo de Calamar” de Michael Shea. Ciertos relatos, como “Róterdam” (ciudad de acero y cristal, parece una ambientación inusual para los mitos) o “Tentadora Providence” (que se recrea con la transformación de la ciudad clásica, arcaica, que Lovecraft disfrutaba a un gran campus universitario donde los edificios modernos se alzan donde solían hacerlo las viejas mansiones coloniales) parecen buscar demostrarnos que el horror puede alcanzarnos en cualquier parte.
No todo es perfecto, sin embargo. Citaré un par de relatos que me han parecido menos interesantes. “La cúpula”, de Mollie L. Burleson me parece poca cosa, no especialmente bien desarrollado, sin atmósfera ni tensión, aunque exprese algunas buenas ideas y escenas. “El libro de Denker” de David J. Schow es un galimatías sugerente pero incomprensible, al estilo de alguno de los relatos del ciclo onírico de Lovecraft. Además, aunque los mitos suelen ser el tema de fondo –y curiosamente, Pickman es especialmente recurrente– en algunos casos hay muy poco toque lovecraftiano. No se trata de imitar el estilo de Lovecraft (resultaría demasiado anacrónico, ya lo era incluso en su época), pero a veces algún relato descoloca al no ser capaz de identificar la inspiración lovecraftiana, como en el mismo "Róterdam". Por lo general, me parece una antología muy buena, de las mejores que ha sacado la editorial, por su contenido, y por adivinarse como la antesala de lo que se avecina en la colección "Insomnia".
Terror Literatura Antología de relatos
Alas tenebrosas: 21 nuevos cuentos de horror lovecraftiano.
(Black Wings of Cthulhu: Tales of Lovecraftian Horror).
Traducción de Marta Lila.
Valdemar, febrero de 2014.
544 páginas.
30,50 € (tapa dura).
Lectura independiente.
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