Los descendientes de los protagonistas de La fuerza de su mirada se enfrentan de nuevo a los Nephilim.
Bajo el escrutinio del vampiro los muertos se levantan de sus tumbas para atormentar a sus amados; bajo su mirada, las ideas fluyen por derroteros extravagantes y fantasiosos en la mente de los poetas. La carne no se atreve a envejecer, la enfermedad huye y los apetitos humanos se vuelven bestiales. Pero la mirada es celosa y todo aquel que comparta la vida del amado por el vampiro sufrirá. ¿Ha de luchar el poeta por la vida de sus amados y por su libertad, enfrentándose a su musa y perdiendo así tanto la inmortalidad artística como, quizás, la literal... o debe aceptar la atención sobrenatural y sus beneficios?
Este es el trasfondo básico de la que seguramente sea la más original de las muchas novelas que se han escrito sobre el mito del vampiro: La fuerza de su mirada de Tim Powers (The Stress of Her Regard, 1989). Ha pasado más de un lustro desde que Gigamesh la editara por primera vez, más de veinte años desde la edición de Martínez Roca, y ahora la editorial barcelonesa la reedita acompañada del libro que le sirve de secuela: Ocultame entre las tumbas.
Seguramente La fuerza de su mirada no fue escrita contando con que pudiera seguirla una continuación; desconozco si Powers ha aclarado este punto, pero parecía, tras terminarlo, que el tema de los Nephilim (nombre que les da a sus seres vampíricos) había quedado cerrado y bien cerrado, demasiado como para revisitarlo. La raza de criaturas antediluvianas basadas en la piedra que acosara a Byron, Shelley y al médico Michael Crawford había perdido su vínculo ritual con la humanidad, y con él, la posibilidad de manifestarse e influenciar nuestro mundo. Cortar este vínculo, desembarazarse de su atención a medias deseada, fue el hilo conductor de la primera novela. Y entre este segundo libro y el breve relato que lo precede (contenido en la antología Tiempo de sembrar piedras), el cual hace de puente entre ambas novelas, no queda más remedio que desmerecer los esfuerzos del primer grupo de protagonistas al deshacer su logro. Éste suele ser el problema con la mayoría de secuelas no-planeadas: ¿creían que su trabajo, sus padecimientos, se verían compensados por la derrota definitiva del enemigo? Gran error. La lucha solo les granjeó un poco de tiempo extra, en algunos casos el suficiente para una vejez tranquila, pero la misma maldición que pesó sobre aquellos poetas malditos pesará sobre una nueva generación.
En efecto, el vínculo con los Nephilim se renueva. Era de prever que algo que se había establecido de forma artificial pudiera rehacerse, y los protagonistas de la primera novela quizás fueran demasiado optimistas creyendo lo contrario. En todo caso, al inicio de la secuela todos ellos ya llevan un tiempo muertos, y una nueva generación de almas atormentadas toma el relevo. El nexo entre ambas es el capitán Trelawny, que ha sustituido al difunto Argau como puente entre ambas razas. Como la generación anterior, se trata de almas sensibles; por una parte los nuevos poetas, la familia Rossetti: Dante Gabriel Rossetti (cofundador de la hermandad pre-rafaelita y renombrado poeta) Christina Rossetti (poetisa), Maria y William. Emparentados con el mismo Polidori, el que fuera médico privado de Lord Byron, ahora convertido en Nephilim, despertarán su interés. Por otra parte, John Crawford, hijo de Michael, lleva una vida tranquila hasta que Adelaide McKee, antigua prostituta, le revela que de un encuentro fortuito unos años antes quedó preñada de su hija, que murió poco después. Necesita su ayuda para buscarla entre las tumbas. Y este es el punto de partida: dos grupos de personajes, que naturalmente acabarán entrelazados, que derivan de los dos grupos que protagonizaron La fuerza de su mirada.
Quizás aquí haya un punto criticable: es todo muy simétrico. La historia se repite casi punto por punto: poetas malditos por un lado (los Rossetti) y gente “normal” que se ve de pronto bajo la atención de los Nephilim (Crawford y McKee). Como en el anterior libro, pronto aprenden a enfrentarse a estas criaturas; para ser una historia secreta, de las que Powers está especializado en crear, parece que hay mucha gente enterada del tema y muchas fuentes de información de las que sacar útiles consejos. En algunos puntos parece que lo raro sea no saber acerca de los Nephilim, de como están vinculados a la piedra y de qué formas puede uno distraer su atención. Sin embargo, ¿es un gran problema esta simetría? No para mi. ¿Qué es lo que buscamos en esta obra? Yo busco disfrutar otra vez del tipo de historia de la que Powers es maestro. De su gran habilidad para mezclar realidad histórica y fantasía, de la coherencia interna de esta mezcla, del encanto de sus personajes y del atractivo del concepto del poeta adicto a la inspiración que le provee el vampiro. Y en esto cumple, y con creces.
Allí donde La fuerza de su mirada nos dejaba escenas tan potentes como la del anillo en la estatua, Ocúltame entre las tumbas también deja para el recuerdo momentos impactantes: son de las mejores la visión del hijo mestizo, cegado y escuálido, moviéndose como una araña en las calles del Londres neblinoso, o Algernon Swinburne en el barco, de noche en el mar plagado de fantasmas. Ocúltame entre las tumbas no tiene sin embargo los picos de acción de su predecesora ni se recrea tanto en el terror. En muchos sentidos es una obra costumbrista que sigue varios años de la vida de una serie de personas, sus altibajos personales, su evolución y madurez. El conflicto contra el vampiro no es puntual: es algo que arrastran a lo largo de toda su vida, que les da algún descanso solo para volver luego con más fuerza, como una adicción que no les deja en paz. Igual que en Fantasmas de Straub, los personajes solo encuentran la suficiente fibra de carácter en su vejez para hacer lo que debe hacerse y para enfrentarse a los fantasmas de su juventud de un modo tan definitivo como sea posible.
El origen del vampiro
Decía en la introducción que La fuerza de su mirada (y podemos añadir aquí su secuela) que es una de las novelas más originales sobre el vampirismo. Parándonos a pensarlo, ¿qué grandes cambios ha habido en este tema desde sus orígenes? En 1918, John William Polidori (el mismo que ahora Powers convierte en vampiro) empezó a despertar el interés en este tipo de criaturas escribiendo The Vampyr, presentándolo como un ser manipulador, engañoso, escudado tras su presunta condición de “mito” para moverse a placer entre los humanos. En 1872, Sheridan LeFanu escribió Carmilla, y el vampirismo se fortaleció con una pátina de erotismo. Stoker recogió el testigo en 1897 y lo inmortalizó con Drácula, mezclándolo con hechos históricos y folclore de la Europa medieval: le dio a su Drácula un aire señorial y depredador que marcó definitivamente a cualquier manifestación posterior del mito, ayudado por sus versiones cinematográficas, en particular la de Sir Christopher Lee.
Desde entonces ha habido muchas otras obras, que no han cambiado mucho el esquema establecido en el siglo XIX. Unos buscan potencial en el “elitismo vampírico”, como en Dorada de Lucius Shepard: el vampiro es el protagonista, forma parte de una aristocracia de la noche, y se esconde de la humanidad a la vez que la depreda. Otros, su sensualidad, de sexualidad ambigua, como Anne Rice en sus “Crónicas Vampíricas”, El ansia de Whitley Striber o Poppy Z. Britte en El alma del vampiro y La llamada de la sangre (de las que derivan obras lamentables como las que últimamente han prosperado en el cine y en las librerías). La imagen de la bestia depredadora se ha encargado de potenciarla autores como Stephen King y su memorable El misterio de Salem's Lot (cuando aún se le daba bien escribir terror, ¡y qué terror!, es una de sus mejores novelas) o Brian Lumley con las “Crónicas necromanticas”.
Para mi, todo esto, si bien interesante y muy recomendable, no es particularmente original, ya que gira todo en torno a distintos aspectos del mismo tipo de personaje que, en última instancia, se originó en las ya míticas noches en Villa Diodati donde los Shelley, Byron y Polidori se contaban historias de fantasmas. Powers no escapa del todo de este arquetipo, pero su mirada es, como suele serlo en todo lo que escribe (la novela de piratería con En costas extrañas, la mezcla de mil géneros que es Las puertas de Anubis o la aventura medieval de Esencia oscura) refrescante e innovadora. Sus Nephilim tienen un aire alienígena, y son mucho más incomprensibles, distantes, y por ende, más terroríficos. Si beben de Stoker, también lo hacen de innumerables otras fuentes: de la mitología griega, de Lovecraft y de la Biblia. Y el resultado es un tipo de vampiro que, por la fuerza de su concepto, supone el más memorable desde Drácula.
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Hace mucho tiempo que no oyes el suave sonido de la pluma rasgando el pergamino, así que busca en la estantería más cercana y recita los versos apropiados, pero sé cuidadoso o terminarás en la sección prohibida. ¡Por Crom! Los dioses del acero te lo agradecerán.