El autor consigue estremecernos con los aspectos más cotidianos, pero también con sus secundarios de lujo.
Laird Barron es el Robert E. Howard moderno con
la capacidad por lo macabro de un T. E. D. Klein (una de sus
principales influencias según la nota biográfica). Antes de leer
El ritual, quinta
entrega de la colección “Insomnia” de Valdemar, solo conocía a
Barron por su relato “El Broadsword”, incluido en la antología
(también de Valdemar)
Alas tenebrosas. 21 nuevos cuentos dehorror lovecraftiano, que reseñamos el mes pasado; allí lodestacaba como uno de los mejores del libro, por lo original y lo
terrorífico. De
El ritual lo destacable no es tanto la
originalidad –como lo era en aquel relato– sino la ejecución,
que me parece soberbia.
El primer capítulo es casi un relato
independiente que al estilo de Angela Carter toma uno de sus cuentos infantiles que todos conocemos y lo retuerce para contarnos
“lo que pasó realmente” y establecer el tono enfermizo, y parte
del trasfondo, en el que se basará todo el libro. Es solo el primer
capítulo, y ya nos ha atrapado: nada de introducciones largas y
lentas. Frank Frazetta podría haber ilustrado estas páginas por
cuanto tienen en común con sus cuadros de fantasía voluptuosa.
Este primer capítulo lo sitúa
cronológicamente en algún momento indeterminado del pasado, en
alguna parte de la Europa medieval; el siguiente, en el México de
los años cincuenta, donde Don Miller y su esposa están disfrutando
de unas vacaciones pagadas de las que uno pasa sin salir mucho del
hotel; ambos son estudiosos (ella antropóloga, él geólogo). Pero cuando a Michelle la convocan a una
inesperada conferencia sobre unas ruinas que acaban de descubrir,
Donald no sospecha nada extraño; solo pasadas unas horas empieza a
preocuparse y emprende su búsqueda, una búsqueda que cambiará su
vida. Lo que sucede en México nos confirma que
estamos ante uno de
los mejores autores del terror actual.
A partir de aquí, los capítulos
repiten el mismo esquema de saltos temporales. Los de Don Miller transcurren parte en el presente parte en momentos de su pasado que
van descubriéndose como piezas de un puzzle que a medida que lo
vamos componiendo enseña una imagen más y más horrible cada vez. Él no
recuerda muchos de estos episodios: lo que sucediera tantos años ha
en México le afectó la memoria. Ahora, en el presente, vive una
vida aburrida; al borde de la jubilación ha abandonado los estudios
de campo para pasar la mayor parte del tiempo en un despacho, asesor
de una importante compañía. Lleva muchos años casado felizmente,
con dos hijos ya mayores y bien situados, y se ha trasladado con
Michelle a la que fuera su casa de veraneo, heredada de la familia de
ella: los Mock. La gran casa, atestada de trastos acumulados durante
generaciones, le parece algo ajena, malsana, pero los vecinos son
agradables, grandes amigos de él y su esposa y los días transcurren
con esta tranquilidad propia de la vida en el campo. Solo que hay
algo debajo: acecha, y él solo lo ve a medias.
No es Don, inicialmente, quien percibe
que algo va realmente muy mal: somos nosotros los lectores. A
nosotros se nos introduce a estas vivencias que él ha olvidado; así,
cuando se nos lleva de vuelta al presente, captamos señales y
referencias que a él le pasan desapercibidas. Es una labor
detectivesca, reconstruir el pasado del personaje, y me parece un
planteamiento muy astuto por parte de Barron.
La historia en sí, la que vamos descubriendo, es en el fondo un clásico del terror
pulp: implica
adineradas familias estadounidenses, del tipo que en los libros de
Lovecraft se llamaban “Marsh” y aquí son los Mock o los
Wolverton; su tradicional decadencia de aristócrata entronca con
tradiciones perversas, que chocan con un protagonista mucho más
normal, un poco perdido entre tanto culto secreto. Hay, como en los
clásicos de los mitos, lugares sagrados sumamente siniestros, libros
prohibidos, símbolos que se rodean de tal aura de terror que su sola
sugerencia nos estremece, e incluso hibridación entre humanos y
criaturas muy poco agradables. No falta una entidad que encaja
perfectamente en el concepto de los primigenios lovecraftianos,
aunque con un aire aún más divino, inabarcable por el entendimiento
humano: “La gran sanguijuela”, el gusano, la serpiente, el
Uróboros. Es una de esas criaturas que tienen algo, una carga
simbólica y una capacidad para inspirar repugnancia que lo hacen
omnipresente en este género literario que adoramos. Lovecraft, sí,
pero también Howard, Bram Stoker en
La guarida del Gusano Blanco o Stephen King (con uno de sus mejores relatos, “Los misterios del
gusano”). Es una larga tradición a la que Barron se apunta, y lo
hace convirtiéndose automáticamente en uno de sus máximos
exponentes. Pero
si bien escribe sobre temas que habrían encajado
perfectamente en la Weird Tales, Barron está muy lejos de la
mojigatería de H. P. Lovecraft; esto es
pulp de nuestra era, gore cuando debe
serlo, sexual cuando conviene, convincente.
Y a convencer, a
ayudarnos a creernos esta historia, ayudan unos secundarios de lujo;
es uno de esos libros que, aparte del elenco principal, te ofrece
una selección de secundarios a los que no llegamos a ver más que
muy brevemente y que resultan sumamente interesantes. No me parecería
disparatado que, tras presentarnos a cada uno de ellos, Barron usara el
«pero esto es una historia para ser contada en otra ocasión» de
La historia interminable y se los reservara para otro libro,
porque muchos son memorables. Luther, el abuelo de Donald, se intuye
como una personalidad fortísima y sumamente interesante sin siquiera
aparecer directamente, solo por como lo describen quienes lo
conocieron. El burócrata mexicano que ayuda (a su manera) a Donald
cuando éste buscaba a su esposa entonces perdida; los agentes de
alguna agencia gubernamental que en algún momento contactan con
Donald; El enano; Argyle, el hombre de la nariz de oro.
Este libro es
una gozada de principio a fin, y en parte lo es por cosas como esta,
detalles no solo en las escenas de terror, que las hay, y muchas, y
de las que perturban, sino también en los aspectos más cotidianos.
Finalmente, una mención especial al
“ritual” que da nombre a la novela: escalofriante. No solo
por lo que representa, es el como pervive a lo largo de la historia y
el como se perpetua. Y sobre todo la forma en que nos sentimos nosotros, en el agridulce final del libro, respecto a quienes lo llevan a
término. Es un buen trabajo el del escritor que consigue que el
lector se implique con sus personajes; con los buenos y con los
malos, queriendo a unos y detestando a otros. Aquí querremos y
odiaremos. Pero sobre todo, creo, disfrutaremos mucho con su lectura.
por Nyarla
octubre 21, 2014
comentarios
Realmente lamento disentir contigo, a pesar de lo afable que es Laird Barron en Facebook, de lo mucho que me gustaron sus dos antologías anteriores y de como me recuerda a T.E.D. Klein, este libro ha sido una pequeña decepción, hubiera quedado mejor como un relato largo o una novela corta
Francisco (ollonois)
Hace mucho tiempo que no oyes el suave sonido de la pluma rasgando el pergamino, así que busca en la estantería más cercana y recita los versos apropiados, pero sé cuidadoso o terminarás en la sección prohibida. ¡Por Crom! Los dioses del acero te lo agradecerán.