Una de las cosas positivas que mantiene El Ministerio del Tiempo desde el inicio de su emisión es que la serie no está sujeta a una gran trama general que pretenda tener la última palabra en cuestiones de trascendencia. Cada episodio de El Ministerio del Tiempo es una aventura autoconclusiva, que va al grano y cuando la misión de los protagonistas termina, la siguiente no tendrá nada que ver con la anterior salvo por algún que otro cabo suelto.
Esto lo digo porque el espíritu y temática de la serie sigue incólume después de varias semanas en antena y Tiempo de pícaros —así es como se titula el presente episodio— es el buen ejemplo de que se puede seguir siendo fiel a una obra sin cambiar su rumbo. Los mismos elementos de siempre funcionan una vez más: un viaje a una época pasada concreta, un problema a resolver y evitar que el fracaso de la misión afecte a algo del presente. En este caso, Julián, Amelia y Alonso se trasladan hasta la Salamanca del siglo XVI para detener al dueño de un teléfono móvil que ha sido hallado en una excavación arqueológica del presente, apartado que fue perdido hace varios siglos. Por el camino se encuentran con el mismísimo Lázaro de Tormes, enlazando así una misión secundaria a la que hay que prestar suma atención, porque en caso de morir dicho personaje la obra literaria que lleva su nombre no será escrita jamás, sea quien sea su autor.
Tiempo de pícaros, episodio que se centra más en la figura del ladrón, el pícaro y el estafador que en otras ocasiones, tiene diferentes cualidades que merecen ser comentadas por separado:
1) El episodio empieza con un gancho magnífico que llama inmediatamente la atención del espectador, haciéndole estar pendiente del momento en que conectará dicha escena con la que vendrá después —y que tendrá lugar en el pasado—. Misterio y enigmas a partes iguales, ¿a quién no le gusta?
2) El capítulo tiene muchas semejanzas con el protagonizado por Lope de Vega: una figura histórica, en este caso literaria, a la que hay que salvar para que la historia de la literatura no cambie —si esta se empobrece apaga y vámonos—. La elección de Juan Blanco como encarnación de Lázaro de Tormes es perfecta y la personalidad festiva y agradable del personaje le viene como anillo al dedo.
3) La intención de los creadores de la serie por relacionar ciertos episodios con la literatura española es digna de alabanza: más literatura y menos corazón, cotilleos y programación basura es lo que hace falta en la televisión pública.
4) Un plan nunca sobrevive al contacto con el enemigo, y en este caso se cumple esa máxima. Las misiones que encarga el Ministerio a los protagonistas siempre parecen sujetas con pinzas, por lo que siempre habrá algo que se escape de las manos. Esa es una de las cosas divertidas que tiene la serie, que el guión es dinámico y da pie a la sorpresa.
5) El Lazarillo de Tormes sigue siendo anónimo aunque se le ponga rostro al autor, pero es sumamente divertido poder ponerle rostro —aunque sea ficción— a uno de los misterios más grandes de la literatura española.
6) Con cada episodio aprendemos algo nuevo del propio Ministerio, y en este caso se nos habla de un tal Armando Leiva que, dicen, se rebeló contra las normas del Ministerio —o los que dirigen el Ministerio—. Esto plantea muchos interrogantes. ¿Por qué está encarcelado en una prisión medieval de Huelva? El espectador tiene la sensación de que aquí hay algo encerrado y que hay algún misterio que todavía no conoce. ¿Habrá algún personaje malvado dentro del Ministerio? ¿Hay algún complot mayor que será desvelado al final de la temporada? Interrogantes sin respuesta de momento.
7) Por fin podemos ver a Alonso de Entrerríos en acción. Es extraño, pero desde el comienzo de la serie apenas le hemos visto hacer uso de sus habilidades como veterano de los tercios de Flandes. Es algo muy breve y ni siquiera se nos enseña una escena de lucha —salvo el momento del rifle de caza—, pero le añade cierto grado de emoción y épica el grito de "¡Santiago y cierra España!", como si viéramos un fogonazo de las aventuras del capitán Alatriste —ciertamente el referente que han tomado para construir al personaje—. Cada protagonista tiene su rol en la serie, y el de Alonso es el del guerrero.
Es, en resumen, un capítulo bastante intenso centrado en un personaje literario —muchos años después de sus aventuras en papel—, que hace uso de los tres personajes principales de forma equitativa, algo que en anteriores episodios no se consigue del todo. En mi opinión, la pega del episodio es que no se recrea demasiado en el escenario de la época, y se desaprovecha en cierta forma sus posibilidades.
Ahora tan solo quedan dos episodios para el final de temporada, pero todavía faltan muchos interrogantes que resolver relacionados con el Ministerio y con algunos de los personajes secundarios, los cuales son tan interesantes como los principales.
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Hace mucho tiempo que no oyes el suave sonido de la pluma rasgando el pergamino, así que busca en la estantería más cercana y recita los versos apropiados, pero sé cuidadoso o terminarás en la sección prohibida. ¡Por Crom! Los dioses del acero te lo agradecerán.