
En el siglo XIX, la concepción que desde entonces se tenía de la figura del artista cambió radicalmente. La consideración del genio artístico se elevó de tal manera que el romántico se desvinculó de la propia sociedad; era una figura trágica, incomprendida. Su arte no iba destinado a los grandes mecenas; era un arte individual, completamente subjetivo; un arte que transmitía la propia visión de su autor. El poeta romántico deseaba ser un héroe, pero nadie le escuchaba; deseaba hacer de su arte un modo de vida, pero acababa encontrándose en soledad, renegando de la sociedad, de aquellos que no le entendían. Le embargaba la tristeza y se refugiaba en sí mismo, creando versos lúgubres y melancólicos. La incomprensión del artista se hizo mucho más patente a finales del siglo XIX:
Manet se atrevió a dibujar una mujer completamente desnuda, acompañada de dos hombres vestidos, en "Desayuno sobre la hierba", -lo que representaba un canto a la libertad del artista-; Monet se aventuró a plasmar la luz en sus cuadros;
Van Gogh, con su trazo empastado y sus colores vivos;
Gauguin,
Munch y tantos otros que querían expresar aquello que sentían por medio de su pintura, fueron los eternos incomprendidos. ¿Por qué debe revalorizarse lo que hicieron después de su muerte?, ¿acaso el artista no podía disfrutar de los éxitos de su creación?
El
París de los años veinte estaba plagado de artistas buscando su oportunidad. Era la capital de la
bohème, un lugar en el que se respiraba creatividad, pero también esperanza y desesperanza. Tras la
Primera Guerra Mundial, la revitalización de
Estados Unidos provocó la expansión de la economía a nivel mundial, lo que favoreció un clima de euforia -"los felices años veinte", lo llaman-. Creció el interés por el cabaret, el cine, el teatro, la moda. En París, la cultura hervía en los cafés. Allí se reunían escritores, pintores, escultores, fotógrafos... discutían sobre arte, escribían relatos, dibujaban retratos, hacían esbozos y, como no, iniciaban alguna pelea de vez en cuando. En
Montparnasse, a inicios del siglo XX, se instalaron esos artistas sin dinero, procedentes de América o de otras zonas de Europa, que encontraron en este barrio un lugar apropiado para desarrollar su creatividad artística. Era la alternativa a
Montmartre -que aún hoy conserva su aire pintoresco-, cuna de los artistas de la generación anterior. Muchos de ellos intentaban vivir de los dibujos que producían, vendiéndolos por unos pocos francos. Vivían en unas condiciones pésimas, pero intentaban ayudarse mútuamente. Eran una comunidad consolidada, un grupo en el que cada nuevo miembro era acogido amistosamente. Jean Cocteau, Modigliani, Kisling, Fujita, Man Ray, Soutine, Desnos, Derain, Tristan Tzara, Francis Picabia, Max Ernst, Picasso o Apollinaire... aportaron sus particulares excentrecidades en un mundo lleno de diversión y de dificultades.

Man Ray - El violón de Ingres Man Ray - Kiki de Montparnasse
Alice Prin, conocida posteriormente en los círculos artísticos como Kiki, fue la musa de muchos de ellos; la reina de Montparnasse. Nacida en el seno de una familia muy humilde de Châtillon-sur-Seine, creció sin conocer el afecto. Su padre, que era rico, se casó con la hija de un acaudalado granjero y abandonó a Kiki antes de su nacimiento; su madre dejó que fuera criada por su abuela y se marchó a París. De niña ya empezó a interesarse por el teatro y le encantaban los encajes. Desgraciadamente, su condición le impidió vestirse tal y como ella hubiera deseado; siempre iba desaliñada. Cuando cumplió doce años la enviaron a París, con su madre, a encontrar trabajo. Tras un año en la escuela pública, empezó a trabajar en un taller de encuadernación -divertida es la escena en la que cuenta como un día le encargaron encuadernar el Kamasutra; por aquel entonces, los hombres ya despertaban en Kiki un interés especial; se le aceleraba el corazón cuando veía un chico atractivo, especialmente si era artista. Para Kiki sólo existían aquellos que eran pintores, poetas o hombres de teatro-. Tras un tormentoso paso haciendo de criada en una panadería, cuyo resultado terminó con Kiki en la calle y sin sustento para vivir, entabló su primer contacto con la vida artística parisina posando desnuda para un escultor. El encuentro acabó mal. Kiki debía buscar trabajo otra vez: de criada, apretando tornillos en una fábrica... Alice nos cuenta esta etapa de su vida de una manera ingenua e inocente; era demasiado joven, pero estaba completamente decidida a entablar amistad con la vida bohemia de la ciudad. Le apasionaba frecuentar los cafés y los restaurantes, como La Rotonde o el café Vavin. Conoció a Kisling, Modigliani, Fujita, Man Ray -del cual fue amante- y Robert Desnos, entre tantos otros. Con el tiempo, empezó a destacar en Montparnasse. Era una habitual de los círculos artísticos, musa de muchos de los que se congregaban allí, cantante en diversos cabarets y pintora en sus ratos libres -tenía una buena producción que incluso fue expuesta en su época-. Despertó envidias y fue muy deseada; incluso, en pleno apogeo de su fama, la contrataron en Berlín. ¡Ay!, pero los años treinta llegaron, y con ellos la crisis económica. Montparnasse ya no era el esplendoroso Montparnasse de la década anterior. Kiki, tras la muerte de su madre, empezó a drogarse. El espiral en el que la pobre Alice se hundió en 1932 parecía no tener fin. Con el tiempo se recuperó, pero ya no sería la misma Kiki que años atras fue coronada reina de Montparnasse. Moriría en 1953, a la edad de cincuenta y un años.
En estas memorias, plagadas de anécdotas, podremos encontrar a Kiki en toda su esencia. Relata con una prosa descuidada, pues su intención no es ofrecernos un relato novelesco de su vida, sino deleitarnos con una gran cantidad de historietas narradas con total humildad. Entrega sus pensamientos al lector, incluso los más íntimos -su preocupación por perder la virginidad parece casi obsesiva-. Así es Kiki, sin edulcuraciones; una mujer atrevida, alegre, refinada, modesta, nostálgica, melancólica; Kiki en busca del sueño parisiense; Kiki, con todas sus virtudes y con todas sus debilidades. Nada más que Kiki y aquellos que se cruzaron en su camino.
Recuerdos recobrados. Memorias. ha sido editado por Nocturna Ediciones dentro de su colección "Vidas Contadas". La edición que nos ofrecen, encuadernada en rústica con solapas, goza de una muy buena traducción de José Pazó Espinosa. Si sentís curiosidad por la vida de esta mujer, musa de artistas, modelo, cantante, pintora y actriz, o si tan sólo os atrae la vida artística del Montparnasse de los años veinte, disfrutaréis compartiendo las vivencias y las anécdotas que Kiki, por suerte, nos ha legado. Un libro totalmente recomendable para ver, desde una visión muy particular, el fascinante París de la bohemia.
"La muerte, entre los pobres, no es una catástrofe, como lo es entre los ricos. Cuando se ha luchado toda la vida por tener algo que comer, el gran viaje se considera una liberación".
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Título Original: Souvenirs retrouvés / Editorial: Nocturna Ediciones / Formato: Rústica con solapas, 232 páginas. /Año: 2009 / Precio: 18,00 euros. / Traducción: José Pazó Espinosa.
por Beldz
noviembre 13, 2010
3 comentarios
¡Gracias, Loren! Voy a poner el enlace en mi blog :)
Me ha parecido una reseña muy interesante. Conocía a la tal Kiki de Montparnasse, pero no conocía algunos de los datos que das en el análisis.
Parece que más que cómo lo cuenta... lo que importa de verdad es qué cuenta. Aunque ambas cosas, como dices al final, parecen ir unidas, y sin ser una prosa amena, a lo mejor sus memorias no serían lo mismo.
Parece que Nocturna Ediciones tiene pequeñas joyas en su catálogo, ¿no?
Sí, en realidad no importa cómo está redactado, porque Kiki no era una escritora. Ella cuenta a su manera sus vivencias y su relación con los artistas de Montparnasse. Te está contando su vida y episodios puntuales que cree que son dignos de destacar porque han sido importantes para ella.
Pues sí, para mi gusto, estos dos libros que he leído de Nocturna me han parecido muy agradables de leer. También porque yo tenía interés en ellos.
Hace mucho tiempo que no oyes el suave sonido de la pluma rasgando el pergamino, así que busca en la estantería más cercana y recita los versos apropiados, pero sé cuidadoso o terminarás en la sección prohibida. ¡Por Crom! Los dioses del acero te lo agradecerán.