1938, Action Comics número 1, primera aparición de Superman. Con el Hombre de Acero ha nacido el cómic de superhéroes. Poco después, de su sombra surge un personaje opuesto en prácticamente todo: Batman, el cruzado enmascarado. Y con este dúo tan dispar empieza una edad de oro que reinará aproximadamente hasta el final de la segunda guerra mundial.
Muchos otros personajes nacieron durante esa edad de oro, gran parte de los cuales aún siguen en activo, y en mayor o menor medida, todos bebieron de Superman y Batman. Tanto éste como el Kryptoniano eran mucho más que un «justiciero con capa», detrás de sus acciones había un código, sus aventuras seguían una coherencia interna, eran personajes bien construidos, con trasfondo, meticulosamente diseñados tanto conceptual como estéticamente: no es de extrañar que triunfaran y dejaran una estela que marcara el camino para que los que vinieron después. Tras el personaje había lógicamente unos autores, las mentes maestras detrás del éxito; con el tiempo, llegaron a ser muchos los guionistas y dibujantes que dejarían su huella –más o menos positiva–, pero incluso los más transgresores siguieron el esquema marcado por los creadores.
Creadores, como Siegel y Schuster, padres de Superman. No guionistas que cogieran un trabajo por encargo y desarrollaran las ideas de otro, no se subieron a un tren que estuviera ya en marcha. Hablamos de gente, a finales de la década de los treinta, que supieron sublimar las inquietudes de la población con infinidad de referencias culturales y sintetizarlo todo en unos personajes que les sobrevivirían: Stan Lee, décadas después, logró el boom de la era Marvel y aportó infinidad de personajes icónicos al mundo superheroico, pero su mérito fue, al fin y al cabo, modernizar conceptos ya existentes y readaptarlos al paso del tiempo. Y fue un mérito enorme, que hoy en día le encumbra como un dios viviente del mundillo. Siegel y Schuster crearon prácticamente de la nada, y a diferencia de Stan Lee, murieron casi en el anonimato, como nos relataba David Hernando en su ensayo Superman, la creación de un superhéroe.
Aunque maltratados por la misma editorial a la que ellos encumbraron, Siegel y Schuster lograron sino un reconocimiento suficiente en vida, sí el ser aclamados póstumamente, y hoy en día sus nombres se asocian al último hijo de Krypton como algo natural, como creadores de Superman. Batman, héroe solitario, en cambio, fue creado igualmente en solitario por otro gran autor; Bob Kane. O así nos lo habían contado.
Ha pasado mucho tiempo desde que Batman iniciara su cruzada; mucho, incluso, desde que murieran tanto Kane como Finger. Pero es ahora, tanto tiempo después, cuando por fin empiezan a concretarse y confluir las voces que denunciaban aquella injusticia y clamaban por una rectificación ahora ya tardía. En este segundo ensayo de David Hernando que reseño se procura poner las cosas bajo una perspectiva histórica. En este sentido, el caso de Bill Finger resulta particularmente interesante: fue un guionista de enorme talento, asocial como suelen serlo muchos escritores. Y la enormidad del agravio al que se le sometió es tal que no se me ocurre paralelismo alguno.
Si con Siegel y Schuster teníamos a dos jóvenes con ilusión y talento, estafados por una gran empresa, aquí Hernando nos destapa a Bob Kane, «El gran copiador», como un artista de la picaresca que supo aprovecharse de ideas y trabajo ajenos. Para certificar el grado del escándalo que supone, basta con descubrir que en realidad Kane, que prácticamente no sabía ni dibujar, ni siquiera diseñó el uniforme del Batman que todos conocemos perfectamente. Hernando aporta una reproducción de como habría sido Batman si se hubiera seguido el concepto propuesto por Kane... y sobran las palabras; mejor verlo en el libro.
Si todo, desde el diseño hasta el guión, fue obra de Finger como guionista y de una serie de dibujantes a la sombra, ¿cuál fue el gran mérito de Kane, el que le permitiera figurar como creador único, o creador siquiera? Saber reconocer el talento ajeno y succionarlo en beneficio propio. Y atar tal relación parasitaria con un buen contrato que la eternizaría e impediría romperla incluso cuando a finales de su carrera ya todo el mundo editorial la conocía.
El de Finger es un caso triste: murió antes de verse reconocido. Kane, de algún modo, también es un personaje triste. Hernando nos muestra un individuo convencido de su propia genialidad, en esta extraña combinación del que sabe que no es capaz de triunfar solo y pese a apropiarse del triunfo ajeno, de algún modo logra convencerse de su propia genialidad. Casi todo el ensayo está construido siguiendo prácticamente el esquema de una novela, tras los pasos de Finger, lo cual la hace más próxima; si esta es su virtud, también es el mayor defecto que le encuentro. Aunque no se pueda decir gran cosa positiva de Kane, quizás en algún punto me ha parecido demasiado insistente en ridiculizarle. Resulta muy evidente que el autor le detesta, cosa muy lógica, pero quizás hubiera preferido algo más de distanciamiento emocional: los hechos, al fin y al cabo, hablan por si solos.
En fin, como amante del cómic, he disfrutado Batman. Serenata nocturna, aunque conocía muy por encima los hechos, como seguramente todo el mundo que disfrute de los cómics de Batman, es en los detalles donde uno encuentra material para el asombro, y en este libro hay más que de sobras. Desde la carta que Kane le manda a un fanzine, en relación a su autoría incontestable de Batman a la extensión del engaño que perpetró, expoliando no solo a Finger sino también a varios dibujantes a quien usaba en secreto, uno puede indignarse con el villano y empatizar con el héroe. Y sobre todo, salir bien informado, que es lo que uno busca al fin y al cabo.
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Hace mucho tiempo que no oyes el suave sonido de la pluma rasgando el pergamino, así que busca en la estantería más cercana y recita los versos apropiados, pero sé cuidadoso o terminarás en la sección prohibida. ¡Por Crom! Los dioses del acero te lo agradecerán.