21 de octubre de 2014

Reseña: «El rito», de Laird Barron, uno de los mejores autores del terror actual

El autor consigue estremecernos con los aspectos más cotidianos, pero también con sus secundarios de lujo.

Laird Barron es el Robert E. Howard moderno con la capacidad por lo macabro de un T. E. D. Klein (una de sus principales influencias según la nota biográfica). Antes de leer El ritual, quinta entrega de la colección “Insomnia” de Valdemar, solo conocía a Barron por su relato “El Broadsword”, incluido en la antología (también de Valdemar) Alas tenebrosas. 21 nuevos cuentos dehorror lovecraftiano, que reseñamos el mes pasado; allí lodestacaba como uno de los mejores del libro, por lo original y lo terrorífico. De El ritual lo destacable no es tanto la originalidad –como lo era en aquel relato– sino la ejecución, que me parece soberbia.

El primer capítulo es casi un relato independiente que al estilo de Angela Carter toma uno de sus cuentos infantiles que todos conocemos y lo retuerce para contarnos “lo que pasó realmente” y establecer el tono enfermizo, y parte del trasfondo, en el que se basará todo el libro. Es solo el primer capítulo, y ya nos ha atrapado: nada de introducciones largas y lentas. Frank Frazetta podría haber ilustrado estas páginas por cuanto tienen en común con sus cuadros de fantasía voluptuosa.

Este primer capítulo lo sitúa cronológicamente en algún momento indeterminado del pasado, en alguna parte de la Europa medieval; el siguiente, en el México de los años cincuenta, donde Don Miller y su esposa están disfrutando de unas vacaciones pagadas de las que uno pasa sin salir mucho del hotel; ambos son estudiosos (ella antropóloga, él geólogo). Pero cuando a Michelle la convocan a una inesperada conferencia sobre unas ruinas que acaban de descubrir, Donald no sospecha nada extraño; solo pasadas unas horas empieza a preocuparse y emprende su búsqueda, una búsqueda que cambiará su vida. Lo que sucede en México nos confirma que estamos ante uno de los mejores autores del terror actual.


A partir de aquí, los capítulos repiten el mismo esquema de saltos temporales. Los de Don Miller transcurren parte en el presente parte en momentos de su pasado que van descubriéndose como piezas de un puzzle que a medida que lo vamos componiendo enseña una imagen más y más horrible cada vez. Él no recuerda muchos de estos episodios: lo que sucediera tantos años ha en México le afectó la memoria. Ahora, en el presente, vive una vida aburrida; al borde de la jubilación ha abandonado los estudios de campo para pasar la mayor parte del tiempo en un despacho, asesor de una importante compañía. Lleva muchos años casado felizmente, con dos hijos ya mayores y bien situados, y se ha trasladado con Michelle a la que fuera su casa de veraneo, heredada de la familia de ella: los Mock. La gran casa, atestada de trastos acumulados durante generaciones, le parece algo ajena, malsana, pero los vecinos son agradables, grandes amigos de él y su esposa y los días transcurren con esta tranquilidad propia de la vida en el campo. Solo que hay algo debajo: acecha, y él solo lo ve a medias.

No es Don, inicialmente, quien percibe que algo va realmente muy mal: somos nosotros los lectores. A nosotros se nos introduce a estas vivencias que él ha olvidado; así, cuando se nos lleva de vuelta al presente, captamos señales y referencias que a él le pasan desapercibidas. Es una labor detectivesca, reconstruir el pasado del personaje, y me parece un planteamiento muy astuto por parte de Barron.

La historia en sí, la que vamos descubriendo, es en el fondo un clásico del terror pulp: implica adineradas familias estadounidenses, del tipo que en los libros de Lovecraft se llamaban “Marsh” y aquí son los Mock o los Wolverton; su tradicional decadencia de aristócrata entronca con tradiciones perversas, que chocan con un protagonista mucho más normal, un poco perdido entre tanto culto secreto. Hay, como en los clásicos de los mitos, lugares sagrados sumamente siniestros, libros prohibidos, símbolos que se rodean de tal aura de terror que su sola sugerencia nos estremece, e incluso hibridación entre humanos y criaturas muy poco agradables. No falta una entidad que encaja perfectamente en el concepto de los primigenios lovecraftianos, aunque con un aire aún más divino, inabarcable por el entendimiento humano: “La gran sanguijuela”, el gusano, la serpiente, el Uróboros. Es una de esas criaturas que tienen algo, una carga simbólica y una capacidad para inspirar repugnancia que lo hacen omnipresente en este género literario que adoramos. Lovecraft, sí, pero también Howard, Bram Stoker en La guarida del Gusano Blanco o Stephen King (con uno de sus mejores relatos, “Los misterios del gusano”). Es una larga tradición a la que Barron se apunta, y lo hace convirtiéndose automáticamente en uno de sus máximos exponentes. Pero si bien escribe sobre temas que habrían encajado perfectamente en la Weird Tales, Barron está muy lejos de la mojigatería de H. P. Lovecraft; esto es pulp de nuestra era, gore cuando debe serlo, sexual cuando conviene, convincente.


Y a convencer, a ayudarnos a creernos esta historia, ayudan unos secundarios de lujo; es uno de esos libros que, aparte del elenco principal, te ofrece una selección de secundarios a los que no llegamos a ver más que muy brevemente y que resultan sumamente interesantes. No me parecería disparatado que, tras presentarnos a cada uno de ellos, Barron usara el «pero esto es una historia para ser contada en otra ocasión» de La historia interminable y se los reservara para otro libro, porque muchos son memorables. Luther, el abuelo de Donald, se intuye como una personalidad fortísima y sumamente interesante sin siquiera aparecer directamente, solo por como lo describen quienes lo conocieron. El burócrata mexicano que ayuda (a su manera) a Donald cuando éste buscaba a su esposa entonces perdida; los agentes de alguna agencia gubernamental que en algún momento contactan con Donald; El enano; Argyle, el hombre de la nariz de oro. Este libro es una gozada de principio a fin, y en parte lo es por cosas como esta, detalles no solo en las escenas de terror, que las hay, y muchas, y de las que perturban, sino también en los aspectos más cotidianos.

Finalmente, una mención especial al “ritual” que da nombre a la novela: escalofriante. No solo por lo que representa, es el como pervive a lo largo de la historia y el como se perpetua. Y sobre todo la forma en que nos sentimos nosotros, en el agridulce final del libro, respecto a quienes lo llevan a término. Es un buen trabajo el del escritor que consigue que el lector se implique con sus personajes; con los buenos y con los malos, queriendo a unos y detestando a otros. Aquí querremos y odiaremos. Pero sobre todo, creo, disfrutaremos mucho con su lectura.

1 comentario:

  1. Realmente lamento disentir contigo, a pesar de lo afable que es Laird Barron en Facebook, de lo mucho que me gustaron sus dos antologías anteriores y de como me recuerda a T.E.D. Klein, este libro ha sido una pequeña decepción, hubiera quedado mejor como un relato largo o una novela corta

    Francisco (ollonois)

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