Una buena historia ambientada en la Segunda Guerra Mundial, protagonizada por un inspector de La Mondaine.
Me gustaría decir antes de empezar que me siento muy orgullosa de haber encontrado este cómic por mi cuenta en la tienda donde habitualmente suelo comprar cómics. Es cierto que en La espada en la tinta solemos estar al día de las novedades, pero admito que mi interés es disperso y que normalmente mi memoria se niega a recordar muchísimas cosas que considera poco importantes para mi día a día. Por eso, cuando vi la portada de La Mondaine y al final de ese mismo día la seguía recordando con meridiana claridad –también sus viñetas– supe que me tenía que hacer con él.
El guionista es Benoît Drousie (también se le conoce como Zidrou, y ha hecho otras cosas como La piel del oso o El Folies Bergère), y está prácticamente considerado un cazatalentos de dibujantes, por no decir que no parece ser muy amigo de esa costumbre que hay en Francia de encasillar rápidamente a los artistas en géneros concretos y donde todo el mundo se considera un gran artista aunque acaben de salir de primaria. Echando un vistazo a algunos reportajes que recogen la visita de Zidrou a nuestro país para ver las exposiciones de algunos dibujantes que inicialmente no eran muy conocidos, comprendemos perfectamente su inmediato enamoramiento por artistas de la calidad de Jordi Lafebre –La anciana que nunca jugó al tenis–, quien ilustra las páginas de La Mondaine, y con el que yo también quedé muy asombrada. Los dibujos de Lafebre tienen corazón y se nota que fluyen desde la punta de su rotulador con una pasión y una sensibilidad que pocas veces he visto en otros dibujantes –y eso que me considero una asidua lectora de cómic europeo–. Por esas razones quiero hablaros del primer álbum de La Mondaine, aprovechando que esta misma semana sale la segunda y última entrega de la mano de Norma Editorial.
Zidrou nos lleva a la Francia de la Segunda Guerra Mundial, exactamente al año 1944 –como se puede comprobar por la portada–, y en las primeras escenas nos muestra a un gran grupo de personas metidas en un refugio antibombas; no son solo ciudadanos, sino que también hay presente un soldado del ejército nazi que trata de mantener una conversación despreocupada con nuestro protagonista: el inspector Aimé Louzeau de La Mondaine.
Hay que decir de La Mondaine que fue una brigada creada especialmente para controlar la prostitución y la trata de blancas, la pederastia, el tráfico de estupefacientes y las publicaciones indecorosas; estuvo vigente en el país hasta casi los años 80, donde se terminó escindiendo en dos secciones: la brigada de estupefacientes y la brigada de represión del proxenetismo. Casi al final de esta serie de viñetas que sirven de prólogo e introducción para la historia principal y tras una charla un tanto forzada con el soldado, nuestro inspector se pone a recordar los acontecimientos que marcaron su ingreso en esa división hace casi una década, en 1937.
El problema de Louzeau es muy evidente: una moralidad férrea, poca experiencia en cuanto a tratar con algunos de los personajes de los bajos fondos y una imagen idealizada de una sección de la policía a la que nunca había visto metida en faena. A medida que pasamos páginas iremos comprobando que la corrupción en los cuerpos policiales que tienen que regular la prostitución es una de las razones por las que Louzeau termina explotando en mitad de una reunión con los compañeros de trabajo, donde también están su compañero Granpin y el Inspector Jefe Severin, al que podríamos destacar como el más corrupto de los mœurs –nombre coloquial que se le daba a la brigada–. Louzeau no entiende esa conducta y tampoco consigue aceptarla debido a sus valores personales.
El final de La Mondaine es el gancho que nos hará esperar como locos el segundo volumen, con la aparición de Eva, una chica tahitiana que hace un espectáculo erótico zoofílico en un garito que la brigada está investigando.
Personalmente, este primer álbum de La Mondaine es de los que más he disfrutado en mucho tiempo –es cierto que digo esto a menudo, pero es lógico, ya que cuando nos decidimos a comprar lo hacemos porque algo nos ha llamado la atención y ha conseguido conectar con nuestro interior–. Es uno de los pocos casos en los que el guión está completamente compenetrado con el dibujante y viceversa; sabemos que Zidrou no es un guionista exigente que no para de dar la tabarra a los dibujantes con los que ha trabajado o trabaja: es un guionista que respeta el proceso de creación y que evita inmiscuirse, para que el desarrollo sea perfecto. Creo que es algo que deberían aprender muchos guionistas y artistas –también los hay que no dejan en paz al guionista–, ya que el resultado final ha sido maravilloso.
Las expresividad en las caras de los personajes es impactante cuanto menos, sobre todo la expresión que recuerdo de una prostituta entrada en años con la que los protagonistas se cruzan en un parque, a la caída de la noche en un frío día de invierno. Su actitud, primero encantadora para atraer la atención, después levemente sorprendida y más tarde enfadada por el desplante del compañero de Louzeau, son un verdadero regalo para los sentidos. Para esto también podría usar algunas viñetas como es la que sigue a este pasaje, donde se muestra la entrada del local donde suelen reunirse todos los de la brigada de La Mondaine, la expresión de uno de los compañeros escribiendo a máquina con sus dedos índices, o la del Inspector Jefe utilizando de forma bastante explícita el inflador de las ruedas de su bicicleta para explicar la profesión de la mujer con la que están hablando en la oficina en ese momento.
En definitiva, un lujazo de álbum, recomendable para todos aquellos que quieran disfrutar no sólo de una buena historia, sino también de una esplendorosa ilustración. Sería un gustazo ver una exposición de Lafebre y porqué no, tener alguna que otra lámina colgada en casa dentro de un buen metacrilato. Supongo que a quien no le guste el cómic es algo que no podrá entender, pero creedme si os digo que el mensaje le llegará bien alto y bien claro a todo aquel que le de una oportunidad a La Mondaine.
Zidrou y Jordi Lafebre
Norma Editorial
64 págs. 16 €
2 comentarios
De esta semana no pasa leerlo, así engancho con el segundo. Aparte de que lo he ojeado y tiene muy buena pinta.
¡Buena reseña, por cierto!
Jajaja, gracias. ^^ Estoy segura de que te gustará mucho. Además, pese a que se quede algo abierto (al fin y al cabo es el primer volumen... y es lógico), cierra en cierta forma toda la información que necesitas saber sobre Lauzeau de cara al siguiente album. Me ha parecido muy bien hecho.
Hace mucho tiempo que no oyes el suave sonido de la pluma rasgando el pergamino, así que busca en la estantería más cercana y recita los versos apropiados, pero sé cuidadoso o terminarás en la sección prohibida. ¡Por Crom! Los dioses del acero te lo agradecerán.