El guionista de Sinister debuta con una novela de fantasía sobre el oscuro mundo de las hadas.
La colección Runas de Alianza Editorial, de una forma u otra, siempre sorprende para bien o para mal. En su momento, publicando “Los caballeros bastardos” de Scott Lynch –una de estas series que triunfan en el plano internacional– tiempo después, anunciando que la cancelaba incomprensiblemente, decisión que aún ruego que reconsideren. Mas adelante publicó la “Trilogía de la primera ley”, una de las mejores series de fantasía adulta de los últimos años, y de las más crudas, y los diversos spin-off que la siguieron. Y ahora publica Sueños y sombras, primera novela de C. Robert Cargill que, enmarcada en este catálogo tan privilegiado, parece que venga ya recomendada.
La premisa es atractiva: fantasía urbana en torno al mundo feérico, con dos niños envueltos en uno de esos enredos con las hadas que tan bien saben tratar Neil Gaiman o Raymond E. Feist en su fantástico –y descatalogado– Cuento de hadas, o incluso Terry Pratchett en Lores y damas y Jack Vance en su “Trilogía de Lyonesse”. En todos estos casos nuestro mundo choca con el mundo invisible, el olvidado bestiario del folclore popular. Cargill se suma así al barco de los escritores de fantasía urbana que tan en boga está últimamente.
El propio titulo lo dice todo: Sueños y sombras, sueños cuando Cargill está inspirado y logra grandes momentos. La cacería salvaje, en su primera aparición, es de lo mejor que he leído recientemente; tensión, terror y drama. Sombras, cuando el hecho de que esta sea su primera novela se hace notar –y mucho– y lastra la narración.
Tratando con mayor profundidad ambos polos hay mucho que comentar; es realmente en este sentido una novela sumamente polarizada. En el lado positivo tenemos lo dicho: muchos grandes momentos. La cacería es uno de ellos; el concepto y desarrollo de «el tributo» o el primer encuentro de Colby con las hadas. Son escenas bien construidas, que impactan por lo virulento, lo encantador y su carga emocional –por ejemplo los métodos de Knocks para alimentarse, particularmente en su edad adulta–.
Pudiendo escoger entre varias sendas para llegar a «lo ajeno», el autor opta por la de la violencia. En ciertos momentos es decididamente gore y extremadamente cruel con sus personajes, a un nivel parecido al de George R. R. Martin. Sus hadas actúan de un modo que en un humano se consideraría sádico y propio de un psicópata, pero en ellas es solo el reflejo de su naturaleza ajena. No son humanas, estas criaturas: sus acciones no pueden ser calificadas bajo estándares humanos. Su brutalidad, mezclada con lo que parece casi inocencia, las hace definitivamente incomprensibles. Los humanos que tratan con ellas salen mal parados; Colby y Ewan, los protagonistas, son un testimonio de ello.
Otro punto fuerte de Sueños y sombras es su tono trágico; aún a riesgo de liar la cosa usando otra metáfora a partir del título, aquí hay mucha más sombra que sueño. Sobre los protagonistas pesa la fatalidad: de principio a fin la muerte y el dolor acompañan cada paso que dan, y Cargill no hace ninguna concesión al lector para aliviarla. El capitulo final, para terminar con lo positivo, es un agradable guiño a Soy leyenda que suaviza un poco la carga dramática.
Sin embargo, si a los protagonistas les falta algo no pasa lo mismo con los villanos; su propia condición no requiere explicaciones ni evolución y por ello no se ven perjudicados por lo mismo que merma a los héroes. El problema es que esto nos deja una historia desequilibrada, donde los villanos resultan más creíbles que sus contrapartidas. Mención aparte merece el personaje del Coyote, que a algunos les parecerá de lo mejor del libro y a otros, como a mi, no terminará de convencer: nos lo presentan como el embaucador definitivo, el pícaro por excelencia, pero no acabo de ver que lo que se dice sobre él encaje con sus acciones; a Cargill le gusta el concepto del personaje, pero su capacidad para decirnos que es genial excede su habilidad para demostrarlo.
En segundo lugar, detesto, literalmente, cuando una novela de fantasía urbana trata de justificar la fantasía mediante explicaciones casi científicas. Me suena a los «midiclorianos» como trasfondo de la Fuerza de Star Wars: sumamente innecesario, tristemente banal. Cargill intenta algo así hablando de algo muy manido: la «materia de los sueños» como fuente tanto de los poderes de Colby como de la existencia misma de las hadas, y peor aún, sugiriendo que éstas provienen de la interacción entre los sueños e imaginación humanos y dicha materia. No, gracias. Lo fantástico es mágico y punto. No debería requerir de explicaciones externas a su propia naturaleza sobrenatural.
Estos dos me parecen los dos puntos negativos de mayor peso, aunque alguno más hay: no me ha gustado el inicio del libro, la de la historia de los padres de Ewan. Se narra como una historia de amor perfecta, de manual; un cuento de hadas edulcorado que se estropea cuando choca con el cuento de hadas real. Este choque brutal es interesante visto con distancia, pero como forma de abrir el libro resulta un poco aburrido. También se podría discutir la presencia de criaturas del folclore europeo en tierras norteamericanas como si fueran nativas de allí; esto es algo que Feist resuelve muy bien en Cuento de hadas, o Gaiman en American Gods, pero Cargill lo deja al aire. Finalmente, no acaban de gustarme los fragmentos «extraídos de un ensayo sobre criaturas mágicas» que encontramos intercalados en la narración. Me parecen redactados con demasiado detalle –para hacerlos convenientes a la narración– y en un estilo poco académico que hecha a perder su efecto.
Para terminar, decir que Sueños y sombras me ha parecido una novela interesante, sumamente polarizada, lo que es completamente achacable a su condición de primera obra de un escritor novel. La recomiendo sin duda, pero recomiendo aún más seguir atentamente la carrera de Cargill. Sueños y sombras puede gustar a casi todo el mundo que ame la fantasía, aunque la recomendación no la hago extensiva a los lectores con estómagos delicados: las hadas de Cargill son material para las pesadillas. En este sentido me vienen a la mente las versiones originales de tantos cuentos que con el paso de los años se han ido edulcorando pero que, en sus inicios, eran crueles y escabrosos, véase el original de Caperucita Roja, donde ningún leñador la salva de ser devorada, o el de la Bella Durmiente, donde ésta acaba violada por su príncipe y por ello despierta, no por un beso.
0 comentarios
Hace mucho tiempo que no oyes el suave sonido de la pluma rasgando el pergamino, así que busca en la estantería más cercana y recita los versos apropiados, pero sé cuidadoso o terminarás en la sección prohibida. ¡Por Crom! Los dioses del acero te lo agradecerán.