Akira, un nombre susurrado, un eco del pasado anterior a Neo-Tokio, antes de la tercera guerra mundial, antes de la bomba. Una presencia, un meme, un contagio social que repiten los antisistema, un mantra de las sectas en busca de una nueva espiritualidad, el nombre de un secreto que pesa sobre el gobierno. Nadie sabe qué es Akira. Quién es Akira. Qué fue Akira.
Akira constituye pues un misterio, con el atractivo de la leyenda urbana que se susurra en los callejones y adquiere nuevas formas según quien la cuente.
Para nosotros, lectores, Akira es también un mito: una pieza clave en la historia del manga, un hito que marca un antes y un después en como éste se concibe en occidente. En cierto modo, Akira es al manga lo que Watchmen al cómic superheroico. Ambos fueron un puñetazo sobre la mesa, una sacudida, un aviso de que el noveno arte estaba allí, que había superado su adolescencia y tenía mucho que decir. No hace mucho el festival Internacional de Angoulême ha concedido su Gran Premio 2015 a Katsuhiro Otomo, su creador; únicamente en cinco ocasiones el galardón ha ido a parar a manos de un autor no europeo, y es la primera que lo recibe uno de los grandes nombres del cómic Asiático. Parece un buen momento para recordar a Akira.
Antes de adentrarnos en su historia, aclarar que Akira es un manga y es una película. El film adapta los primeros volúmenes del manga, ya que salió antes de que éste finalizara. Lejos de ser un mero complemento al cómic, la película también supuso una revolución en si misma: transformó la animación japonesa aportando unos nuevos estándares de calidad que no se habían visto aún y que, diría, no se han superado. De ambos vamos a hablar más adelante y de forma extensa, pero de momento, repasemos lo que ambos comparten.
Para hacerlo, vayamos a las primeras viñetas del manga. Vedlas; las ruinas de la vieja Tokio. Un mar de cemento y hierro retorcido, de silencio, envuelto en la oscuridad de la noche. Es un cementerio urbano, el cadáver abandonado de una ciudad, y por norma, está prohibido hollarlo, esta noche será profanado. Al horizonte, el faro que es Neo-Tokio, una enorme mole de luz y hormigón. Altísimos rascacielos se disputan el honor de ser el más alto, el más rotundo, el más grande. Entre ellos, parece que los transeúntes pinten poco, ya que son meros subproductos en una ciudad diseñada para eficientemente acumular mucha gente en poco espacio.
El inicio de todo
Viniendo de Neo-Tokio, unos flashes de luz acuchillan la oscuridad: unos moteros se adentran en una vieja autopista de la antigua ciudad. Esto es el manga, pero si podéis, buscad y poned el track 1 de la banda sonora de la película. Empapaos de la música electrónica con un ritmo casi tribal, ancestral. Los moteros son adolescentes: y como tales desafían lo prohibido, es un rito primitivo el que presenciamos. Siguen, a toda velocidad, a su líder Kaneda: su moto es la más brillante, la más rápida. Tetsuo le sigue a poca distancia, pero una que se mantiene constante: nunca puede alcanzar a su compañero. Probablemente, nunca podrá. “Tu problema es, Kaneda, que tomas demasiadas opciones”. “El tuyo, Tetsuo, que quieres vivir para siempre” - se gritan el uno al otro -. Son amigos y rivales; Kaneda es el alma del grupo y Tetsuo su sombra.
Súbitamente, Kaneda derrapa: han llegado al final. La autopista está cortada de la forma más literal por un enorme cráter. Se reagrupan a un lado del abismo: fue allí donde cayó la bomba que, según nos contaba la introducción, cayó en Tokio marcando el inicio de la tercera guerra mundial. Han pasado los años y en torno al enorme cráter la vieja ciudad sigue siendo una ruina, una zona cero que nadie se ha molestado en reconstruir (o nadie se había molestado hasta ahora). Los juegos olímpicos de 2020 están a la vuelta de la esquina y el gobierno —cuenta Tetsuo— quiere construir en este sitio emblemático el nuevo estadio.
Se dan la vuelta para volver a Neo-Tokio; esta vez Tetsuo toma la delantera; corre demasiado. Su amigo le advierte pero para Tetsuo este es un gran momento, no hay nada delante suyo salvo la oscuridad de la desierta autopista; por una vez, lidera. Es un momento de libertad y realización personal. Y sin ningún obstáculo que entorpezca su carrera, vuela por el asfalto.
Salvo que de pronto, de la oscuridad surge un niño. Tetsuo lo ve y tiene que frenar, pero va demasiado rápido. El niño extiende la mano para protegerse, y en su palma hay un número: 26. El frenazo es demasiado brusco: Tetsuo cae, la moto choca contra algo y estalla. Un desconcertado Kaneda, mientras Tetsuo se encuentra al borde la inconsciencia, ve al niño, un niño con las facciones de un anciano, desvanecerse en la nada... ¿Quién era? ¿Qué hacía, como ha llegado a una autopista abandonada en mitad de la nada, como se ha ido? ¿Qué es “26”? Más misterios, un enigma en el que Tetsuo no tiene tiempo de profundizar cuando la contusión le sume en la inconsciencia.
Kaneda trata de llegar junto a su amigo herido, pero irrumpe un convoy del ejército; les interrogan. Sea lo que sea lo que buscan, no lo encuentran allí; han avisado una ambulancia que llegará en breve. Cuando se van, la noche y el silencio vuelven a reinar sobre los adolescentes. Ahora pesa sobre ellos, además, el saber que han formado parte de algo que estaba en marcha y que desconocen, lo que empezara como una noche más de su rutina de callejeo ha tomado un giro a lo surrealista; sin saberlo, han puesto en marcha un mecanismo que trastocará su mundo. Una trama que como lectores iremos conociendo poco a poco. Un camino que nos llevará a Akira.
Un clásico sin precedentes
Hablar de la magna opus de Katsuhiro Otomo a estas alturas parece innecesario: ¿Quien no ha oído algo acerca de Akira? Y sin embargo, como esos clásicos de la literatura que todos conocen y pocos han leído ¿Cuántos hemos dedicado un momento a abrir uno de los seis tomos que conforman la serie? Hacerlo es el modo más efectivo de caer rendido a los encantos de Otomo, olvidaos de reseñas y recomendaciones y dejaos llevar por un el trazo limpio y perfecto de su pluma, capaz de unos escenarios de grandilocuencia arquitectónica donde el hombre —sus personajes— parece débil, blando, perecedero. Un modo magistral de transmitir esta sensación de opresión que en todo momento sentiremos leyendo este manga. La misma opresión que siente la población que vive en la ciudad, sometida a un gobierno corrupto y una policía tiránica, a una crisis que acentúa la diferencia de clases y castiga a los más débiles. Esta población oprimida es un caldo de cultivo para el conflicto y éste aparece bajo la forma de rebeldes antisistema, sectas new age y delincuencia callejera sin control.
Habiendo establecido este trasfondo, Otomo se dedicará durante los primeros tres tomos a construir una historia de acción y misterio escalando lentamente hacia la absoluta apoteosis y luego, en la segunda mitad de la serie, nos llevará a través de un nuevo mundo más salvaje y más caótico, y sin embargo más humano, hasta la trascendencia que pone punto y final —un final controvertido— a esta obra maestra.
¿Qué es entonces Akira? ¿Es una distopía, es ciencia ficción? ¿Es filosofía en viñetas? ¿Es un estudio sobre unos personajes sometidos a toda clase de azares? ¿Es acción pura y dura, violencia y pasión? Es todo esto y mucho más. Comprobadlo. Acompañad a Kaneda, Tetsuo, Kay en su vida diaria, su lucha, sus traiciones y rebelión, su idealismo y nihilismo. Adentraos en Neo-Tokio. Escucharéis este nombre, susurrado desde las primeras páginas, como una clave secreta: y si persistís en la lectura, acabaréis encontrándolo, encontrano a Akira. Y vuestra opinión sobre el manga y sus posibilidades habrá cambiado para siempre.
Akira: la película y el cómic
La introducción es la misma en el manga y en la película. Al final de la misma tenemos a Tetsuo hospitalizado en las instalaciones del ejército donde lo han llevado tras el accidente en la autopista abandonada, y a Kaneda, que también vió al niño con el 26 en la mano, buscándole a la vez que sobrellevando el día a día.
A partir de aquí, la película y el cómic evolucionan de forma distinta. La primera se produjo cuando el manga aún estaba en marcha, y adapta muy libremente los dos primeros tomos (de seis). El manga, por lo tanto, es más completo, o dicho de otro modo (ya que la película es perfecta en sí), narra una historia más compleja y bastante más larga. Y aún más satisfactoria, añadiría, pero esto es una opinión personal: después de cierto evento que no spoilearé, el tono cambia completamente y pasa de distopía a proyecto de utopía.
Nos lleva a un nuevo mundo destrozado, más salvaje pero —en el tono de las narraciones de Robert E. Howard — más sincero en su violencia que la civilización corrupta que lo precede. También extiende mucho más el trasfondo en el que se asienta la historia: descubrimos acerca de cierto experimento donde un grupo de científicos trastearon con la cabeza de unos niños y lograron — mediante drogas y manipulaciones varias— expandir sus mentes; imprimieron en las manos de aquellos niños una numeración para identificarles.
En España estos seis tomos del manga, más de dos mil páginas, los editó Ediciones B en su versión original en blanco y negro. Actualmente, la edición disponible es la de Norma, coloreada, en un cofre de edición especial. Personalmente, prefiero la versión en blanco y negro ya que la otra se hizo únicamente para poder vender el cómic en el mercado estadounidense, acostumbrado a cómics en color. La primera respeta el original allí donde la segunda lo modifica innecesariamente, e incluso lo perjudica; la fuerza de las líneas pierde intensidad diluida en estos tonos pastel. Y es una lástima, porque la de B está descatalogada, y solo se puede conseguir fácilmente la versión de Norma (que además es más cara, gran sorpresa).
Nosotros sabemos que antes de la película de Akira existía la animación japonesa, pero en occidente fue Akira —y las primeras obras de Miyazaki— las que abrieron la puerta al cine de animación japonés. Fue de las primeras cabezas de puente para que desembarcara el manga en Europa y en América. Pocas veces se puede afirmar con rotundidad que tal o cual obra han sido pieza clave para la evolución de un género, pero una de estas escasas ocasiones se da con certeza con esta obra de Katsuhiro Otomo. El elevadísimo prespuesto que se le asignó (para ser un anime) permitió que no se escatimara en nada, desde los fondos (un Neo-Tokio alucinante) a la animación de los personajes. Allí donde en las películas animadas tradicionales, por ejemplo en los diálogos, se les animaba solamente la boca y se le encajaba el diálogo para ahorrar, en Akira se hizo al revés: éste se grabó previamente y se animó después el personaje entero, para que encajara con ellos dando una sensación de realismo mucho mayor: un proceso más caro pero más satisfactorio. Y la prueba es que hoy en día, más de 25 años después de su estreno, aguanta perfectamente la comparación con cualquier anime actual, lo cual cualquiera que esté acostumbrado a este género reconocerá como extraordinario.
A parte de estos aspectos técnicos, la calidad del film probablemente se deba también a que Otomo insistió en mantener el control creativo de la adaptación, asegurando que mantuviera el espíritu debido, y a la épica banda sonora.
Entonces... ¿manga o película? Ambos, sin ninguna duda. Quizás es buena idea empezar por la película: si gusta, se puede seguir con el manga. Se comprobará que son complementarios.
Desde hace tiempo —décadas— se habla también de una posible película de acción real de Akira. El proyecto va activándose y cancelándose periódicamente, y a día de hoy no hay ningún pronunciamiento realmente oficial. Se ha hablado de actores como Michael Fassbender, Keanu Reeves, Justin Timberlake, Leonardo DiCaprio o River Phoenix para interpretar los papeles principales, lo cual parece absurdo dado que Kaneda o Tetsuo son adolescentes y estos actores bordean los cuarenta: un lapso generacional demasiado grande incluso para la larga tradición hollywoodiense de treintañeros interpretando a adolescentes. Dan Dehaan (29) o Ezra Miller (23) son otros nombres que se han mencionado y parecen más adecuados.
Quien se postula como director es Jaume Collet-Serra, que al parecer quiere hacer la película desde hace tiempo pero con otros protagonistas. La rumorología en internet es un fenómeno que raramente se puede tomar en serio, pero cuando se pueden citar palabras literales, la cosa escala a otro nivel. Collet-Serra llegó a declarar en una entrevista que "Kaneda es un personaje bidimensional" o "Tetsuo solo es interesante porque le pasan cosas raras", extendiéndose luego con una diatriba acerca de como —siempre según su opinión— "la ficción japonesa nunca tiene personajes fuertes, solo son vehículos para transmitir una filosofía". Todo lo cual demuestra que o bien es un polemista que busca generar debate para dar publicidad a su proyecto, o es un perfecto imbécil cuyas ínfulas no corresponden a un currículo sumamente exiguo del que personalmente solo rescato Orphan. Con este panorama prefiero que el proyecto siga en stand by.
Akira: Temas y personajes
Siendo un poco pedantes, podemos decir que Akira captó perfectamente el espíritu del siglo. Deshumanización frente a la tecnología y al peso de la masa: el individuo se convierte en una cifra en manos de un gobierno distante e indiferente. El temor a algo indefinido persiste en el ánimo de todos: hay una guerra en marcha, o el recuerdo de una guerra pasada que se resiste a desvanecerse. El ataque de unos terroristas o la promesa de ataques futuros. Y en cuanto al futuro, un pesimismo imborrable, una sensación de ir a la deriva arrastrados hacia un agujero sin fondo. Todo lo cual era aplicable al momento real en los ochenta cuando nació Akira y lo sigue siendo actualmente.
Al final, esta fascinación por lo tecnológico —inorgánico— y el personaje, lo sociológico —orgánico— se manifiesta como una metáfora cuando un Tetsuo descontrolado empieza a integrar en su cuerpo vivo, que crece como un cáncer, partes y piezas de la vieja ciudad. Cables, trozos de metal, mezclado con la carne. Psicología y espiritualidad mezclada con ciencia y tecnología.
Otro gran tema de Akira es el de la droga. La droga recreativa que toman Kaneda y sus amigos, la cápsula infinitamente más potente que necesitan los niños del experimento. En una u otra forma, la droga es omnipresente, como lo viene siendo en nuestra sociedad desde hace décadas. Otomo la presenta como algo con, quizás, un punto de utilidad: tiene la función de derribar barreras en la mente del sujeto y así liberar su potencial. Pero es, a la vez, sumamente peligrosa: esto que libera no es necesariamente positivo y en cualquier caso es indudablemente inhumano, en tanto que se puede contemplar como un paso adelante en la evolución, un salto enorme sin todos los pasos intermedios. Las consecuencias del uso de estas drogas experimentales son lo que ata a los protagonistas.
¿Y quienes son los protagonistas? Por un lado, un grupo de jóvenes del mundo marginal de la ciudad-extrarradio, que se mueven entre drogas, asisten a una parodia de instituto y, solo de noche, viven realmente sobre la moto. Su lenguaje ya no encaja con el de generaciones anteriores: aún les queda la vitalidad suficiente como para rechazar su posición preestablecida en la maquinaria de la sociedad, pero la suya es una existencia condenada a la autodestrucción o a la asimilación.
Por otro lado, un grupo de rebeldes que busca derrocar al gobierno, harto de las actitudes dictatoriales de éste, de las desapariciones —como la de Tetsuo— en mitad de la noche, de la corrupción y del agobio que supone el ejército mirando por encima del hombro de la política. Dos tipos de antisistema: aquellos que, descartados por el mismo como "basura", causas perdidas, se rebelan mediante el vandalismo y su propio sistema de valores y jerarquías extraoficiales (bandas) y los que se organizan para acabar con lo que consideran un sistema podrido, dispuestos incluso a caer por la causa; fanáticos. Los idealistas y los nihilistas, ambos coincidiendo en el exterior del sistema.
En el interior de éste, también hay dos bandos. Los políticos, inmersos en su juego de poder basado en la apariencia, la huida hacia adelante: quieren dar una nueva imagen del país alojando los juegos olímpicos, para lo que someten a la ciudad a grandes cambios, aunque sean económicamente inviables y demuestren que se enfocan las prioridades equivocadas. Los militares, custodios de un secreto que debe permanecer como tal, dispuestos a hacer cualquier cosa para que siga así; no entienden lo que están guardando ni el porqué.
Cuatro grupos de personajes, en dos bloques diametralmente opuestos, embarcados en un juego con apuestas altísimas. Y ninguno tiene idea de lo que subyace bajo su enfrentamiento. Cuando sucede lo inimaginable se derrumban las estructuras, los bloques pierden sentido y se desdibujan sus fronteras y todos tendrán que buscar un nuevo papel en lo que está por llegar: la evolución de estos personajes, su maduración, tiene lugar ante nuestros ojos. Son personajes que no tienen nada de bidimensional. Criaturas arrastradas por sus pasiones y su ambición, marcadas por su pasado. Tenemos al científico cuya soberbia condena al mundo; al coronel dedicado en cuerpo y alma a su deber; a Lady Myako, profeta invidente oculta en su templo, tirando de los hilos para contener el desastre inminente; el corrupto líder de la oposición al gobierno, ciego a todo lo que no sea su beneficio personal. En medio de todos ellos el triunvirato principal: Kay, Kaneda y Tetsuo.
Kay carga con el peso de algo que no afecta a sus compañeros adolescentes: la madurez. Kay entiende lo que está en juego y al contrario que ellos —que al final solo viven por su rivalidad— ella puede ver el escenario completo y actuar no con el egoísmo individualista de ellos sino con la responsabilidad de un adulto que pone su vida a disposición de lo que el momento requiera. Es un personaje muy fuerte que no obedece a la necesidad narrativa de darle un contrapunto a Kaneda sino que se sostiene por si solo, algo no muy frecuente en el manga (donde el personaje femenino suele ser secundario, estereotipado y diseñado para servir de excusa y apoyo a las excentricidades del protagonista masculino).
Kaneda y Tetsuo tienen una relación complicada cuanto menos sobre la que plana la sombra del propio Akira. Kaneda es un antihéroe: carismático, atractivo, arrojado, capaz de ser inocentemente cruel —su relación con la enfermera del instituto—, potencialmente un acosador con Kay o tiernamente afectuoso con ella. Cuando llega el momento de la traición, Kaneda también es capaz de asumir el rol del samurái que debe vengarse y pasar por encima de cualquier obstáculo para conseguir abatir a su enemigo, que le supera enormemente. ¿Y Tetsuo? Tetsuo envidia a Kaneda; la facilidad con que brilla y le eclipsa, cómo se apodera de la atención de cuantos les rodean con su carisma. Quiere a Kaneda y quiere ser Kaneda: vive con un profundo complejo de inferioridad. Cuando llega el momento en que el azar —o el destino— pone en sus manos el poder de un dios, Tetsuo, aún inseguro, necesita confirmar su posición divina comparándola a la del mito viviente que es Akira. Cuando el que siempre se ha sentido inferior de pronto se vuelve fuerte, a menudo se convierte en un matón: es el momento de demostrar al mundo que juega en la liga de los mayores. Este es el papel de Tetsuo durante la mayor parte del manga. Por dentro sigue siendo un niño que necesita alguien a quien emular. Primero fue Kaneda; ahora es Akira. Pero Akira es inabastable y acercándose demasiado a él, Tetsuo acaba como Ícaro. Su intento de abrazar este poder incomprensible cuya encarnación es Akira le sobrepasa y se manifiesta deformando su cuerpo de forma grotesca.
Akira en este sentido no es un personaje: es la encarnación de un principio, de una idea. Como un pequeño buda de cara hierática existe en un estado superior o no existe en absoluto. Quizás es la cáscara vacía de uno de estos niños con los que el ejército experimentó, quizás el avatar de un ser divino que se pasea entre humanos sin prestarles atención. La fuerza que encarna Akira representa el potencial infinito de la mente humana y la misma energía de la creación, de la evolución y del fin de las cosas.
Estos personajes —como tantos otros— solo son bidimensionales en la mente de directores con ambiciones que exceden sus capacidades.
Conclusiones
Akira hay que leerlo. Igual que hay que leer Watchmen, El Señor de los Anillos o los relatos de Edgar Allan Poe: es una de las piedras fundacionales de un mundo en expansión, el Big Bang a partir del que surgió el manga tal y como lo conocemos en occidente.
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Hace mucho tiempo que no oyes el suave sonido de la pluma rasgando el pergamino, así que busca en la estantería más cercana y recita los versos apropiados, pero sé cuidadoso o terminarás en la sección prohibida. ¡Por Crom! Los dioses del acero te lo agradecerán.