Es de conocimiento popular la amplísima variedad de géneros en los que pensamos cuando leemos u oímos mencionar la palabra manga: no solo es uno de los pilares básicos de la industria editorial en Japón, sino que gracias a esa variedad de géneros los lectores japoneses han conseguido llegar a una especie de nirvana con esa diversidad de tramas, series y argumentos.
En esas cinco letras que forman la palabra manga encontramos de todo: desde historias deportivas, aventuras de fantasía épica, romances, historias eróticas, comedias, dramas y hasta historias de medicina. El manga, que es fruto de una longeva evolución cultural, como sucede con el cómic europeo, y cuyas bases empezaron a sentarse hace casi ciento cincuenta años gracias a la revista The Japan Punch, hoy por hoy lo conocemos sobre todo gracias a sus inicios satíricos, aunque eso no quita que el manga haya tomado unos derroteros distintos y sea una de las vertientes del mundo del cómic más completas y ejemplares que existen.
El manga debe mucho a Osamu Tezuka, no por nada está considerado el padre del manga contemporáneo. El éxito que alcanzó con su primera obra —llegó a vender casi un millón de ejemplares, ahí es nada—, la gran expresividad de los personajes (fácilmente identificables a simple vista), la muy conseguida sensación de movimiento en las escenas con más carga de acción y su influencia tomada en parte de Disney, han hecho que sea uno de los autores básicos al que recurrir por todos los aficionados al manga y los que se inician por primera vez: destacan títulos como La canción de Apolo (recientemente reeditado por ECC Ediciones), Astroboy, Metrópolis, Buda, Adolf, Fénix (estas dos últimas recientemente reeditadas por Planeta Cómic en formato de lujo), El libro de los insectos humanos (Astiberri), Kimba, el león blanco y Black Jack (EDT) que si bien debe su nombre al famoso juego de cartas (es frecuente ver las cartas de la baraja de póker en los inicios de capítulo), es un relato donde el propio autor criticó el sistema sanitario de Japón y de paso dio rienda suelta a esa frustración por no dedicarse a la medicina que con tanto empeño estudió de joven en lugar de dedicarse al manga. ¿Pero qué hubiera pasado si Tezuka no se hubiera dedicado por entero al manga y no hubiera ejercido la influencia que aún hoy transmite ejerce autor?
Black Jack es un shōnen (pensado para hombres jóvenes tanto por el dibujo como por el tema) cuya publicación empezó en 1973 y terminó en 1983, está protagonizado por un médico llamado Black Jack que ejerce sin licencia, opera de forma clandestina y cobra millones de yenes, envidiado y rechazado a partes iguales por los que sí ejercen medicina de forma legal. Si bien el conocimiento médico de aquella época nos parece anticuado hoy en día,en la misma razón que una película de los años cincuenta sobre ciencia criminológica (como CSI ) nos daría la impresión de estar obsoleta en cuanto a técnicas y demás parafernalia de la profesión (no en cuanto a historia o cualidades artísticas, ya que esos apartados siempre permanecerán intactos), sigue siendo un relato de medicina pionero en su género, primero por los conocimientos sobre el tema del propio autor, segundo por los diversos elementos fantásticos que en ocasiones adornan sus páginas (¿un tumor que habla telepáticamente al protagonista?) y tercero por los dilemas éticos, que aún estando limitadas las historias a 20 páginas no es motivo para que tenga innumerables matices y transmita al lector que la medicina no presta igual servicio a todo el mundo. La escena en la que el personaje principal se hace una intervención a sí mismo es todo un clásico —situación que hemos podido ver otras ocasiones en el cine, como en la película Master and Commander: Al otro lado del mundo—, por no hablar del momento en que el personaje principal da vida a Pinoko, una niña artificial creada a partir de un tumor y que Black Jack toma como ayudante de quirófano —una de las inspiraciones para el cómic Witch Doctor de Brandon Seifert, sin duda—.
Black Jack fue convertido en anime por Tezuka Productions (la productora fundada por el autor y que actualmente dirige su hijo), y tras terminar ésta dio pie a una continuación llamada Black Jack 21, cuatro películas, una ova de diez episodios y otra de uno llamada Black Jack: El niño que vino del cielo.
Los personajes de Osamu Tezuka, tanto los de Black Jack como los de sus otras obras, forman parte de la cultura popular nipona en la misma medida en que los de Star Wars lo son de la cultura popular estadounidense. En España son también muy conocidos, pero solo hasta cierto punto salvando las distancias culturales, pero Black Jack, Adolf, Fénix y Astro Boy, por citar las historietas de Tezuka que han llegado a más cantidad de gente, son historias a reivindicar y muy recomendables para todo amante del cómic.
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Hace mucho tiempo que no oyes el suave sonido de la pluma rasgando el pergamino, así que busca en la estantería más cercana y recita los versos apropiados, pero sé cuidadoso o terminarás en la sección prohibida. ¡Por Crom! Los dioses del acero te lo agradecerán.