Ahora que se ha estrenado Ant-Man de Marvel, parece justo recordar que hay muchas otras películas con personajes minúsculos que luchan para sobrevivir en un entorno que les sobrepasa en altura, o que hay clásicos de la literatura que, como Los viajes de Gulliver, hace hincapié en esa figura fantástica y tan recurrente del imaginario popular.
En la cinta de Chris Wedge vamos a encontrar una película de fantasía épica con todos los elementos habituales del género: reina en apuros, personaje de otro mundo que descubre que hay algo más allá de su poco deseada vida, un guerrero audaz, temerario y valiente, un señor oscuro que quiere dominar el mundo, peleas, batallas, magia y, posiblemente por encima de todo —y lo que da el valor completo a la película, aunque depende de cada espectador —, una relación padre e hija que parece abocada al desastre salvo que haya una situación forzada que termine por cambiarla.
Por más que lo pienso, creo que Epic: El mundo secreto está muy infravalorada y no ha recibido el apoyo que merece de la crítica; no deja de sorprenderme el hecho de que en importantes portales de internet tenga la misma puntuación que la poco afortunada e insulsa cuarta entrega de Ice Age, más todavía cuando Epic es justo lo contrario: una película de fantasía con todas las de la ley que sabe entretener, divertir —los caracoles son la monda— y emocionar a partes iguales. A todo eso hay que añadir un apartado técnico muy envidiable, con un interesante uso de la luz y la oscuridad y donde los personajes del mundo de las hadas, aún sin su correspondiente y notable versión en 3D, parecen figuras de acción de verdad.
Las escenas donde se hace un contraste con el mundo de las hadas y el mundo de los humanos son inmejorables, con un mundo a pequeña escala donde pronto vemos que hay una guerra en marcha entre dos facciones —la luz y la oscuridad—. Es posible que lo que no ha terminado de gustar entre la crítica especializada sea precisamente esa falta de empuje que parece haberle faltado a la película para que de verdad se diferencie de las obras de animación de siempre donde todo sigue, como digo más arriba, un esquema que va de menor a mayor. Posiblemente lo que no ha terminado de convencer sea el protagonista femenino, habituado como está el público general a las películas de aventuras donde raramente una mujer toma las riendas del asunto salvo si es Lara Croft —hasta en La Momia de Stephen Sommers la protagonista cede terreno ante Rick O'Connell—.
Quizá sea el entorno de naturaleza, árboles gigantes y colibríes como monturas, que no han terminado de agradar al público general, que buscaba un escenario más "realista" y menos selvático, o que en lugar de un señor malvado que quiere imponer su mundo de oscuridad se esperara un antiguo científico que, como en El corazón de las tinieblas, se corrompiese y decidiera que su mundo no valía la pena y lograra desaparecer de la faz de la tierra para adentrarse en el mundo de las hadas para someterlo a su antojo. Es una suposición, más que nada.
La historia de Epic es la que es: una fábula donde todos los elementos están prefijados de antemano, pero con un punto de independencia que la diferencia de un Ice Age, un Cómo entrenar a tu dragón, un Madagascar y un Kung Fu Panda.
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