9 de septiembre de 2017

‘Vaiana’, navegando por los mares de lo esperado

El dios Maui hizo de las suyas y provocó el caos, pero para redimirse tendrá que ayudar a Vaiana a cumplir el destino reservado a la joven y aventurera polinesia.



Moana —o Vaiana, como se le conoce en España—, no es una mala propuesta de fantasía y aventuras ligera, como acostumbran en la factoría del ratón Mickey. Pero esta última frase es lo más importante: nos tienen acostumbrados, porque salvo excepciones, hace años que a Disney no se le pide otro tipo de película. Vaiana es lo que es, y Ron Clements y John Musker, los directores que nos trajeron Hércules, Aladdín y El planeta del tesoro —esa revisión no muy rentable de La isla del tesoro de R. L. Stevenson—, han hecho justo el tipo de película que se esperaba de ellos —o lo que Disney quería de ellos—, e incluso es muy probable que Vaiana termine siendo en el futuro uno de esos “clásicos” que apetece revisionar de vez en cuando, especialmente por su calidad técnica. Pero, lo que es ahora, no deja de ser una cinta francamente predecible que, como salido de un manual, aporta los mismos clichés de siempre, pero que con ese punto simpático que la salva del olvido, siempre y cuando la palabra “olvido” deje de lado a las millones de personas que se han dejado encandilar por la cinta.

El argumento es bien sencillo: en la Polinesia ancestral hubo un semidiós de las proezas y las triquiñuelas —algo común en todas las mitologías— llamado Maui, que hizo de las suyas y le robó a la diosa, provocando el caos. El tono de la cinta recuerda en algo a Hércules (la forma de contar la historia de Maui es similar a la introducción de las aventuras del hijo de Zeus), y aquí el factor dios juega un papel importante, pero se trata además del mismo tipo de historia, es decir, personaje inexperto que se lanza a la aventura, ganando experiencia por el camino y sorteando peligros hasta llegar a la meta final. Es decir, nada que nos sorprenda porque se trata del mismo tipo de película que ya hemos visto.


El esquema es el siguiente: protagonista (mujer u hombre, no importa, pero si sabe manejarse bien, mejor) que pasa su tiempo en un lugar determinado, pero termina aburriéndose (insertar aquí costumbres impuestas, descontento general) y cree que debe salir de ese entorno para vivir aventuras y tratar de hacer del mundo un lugar mejor. Pronto descubre que los aliados pueden ser un impedimento, pero aún así hay que hacer amigos, sobre todo cuando surgen peligros en el trayecto o estos le pueden ayudar de alguna forma mediante sus habilidades o conocimiento. Todos pasan entonces por una fase de decepción y engaños, incluso puede que los protagonistas discutan, pero al final todos reciben una inesperada dosis de realidad —con pastillas de la alegría, sin receta— y llegan al punto de destino para cumplir su propósito, que es derrotar al villano/reestablecer la gema en el hueco milenario/poner los puntos sobre las íes.

Esto es Vaiana, y no es spoiler, porque es la gran mayoría de películas de Disney. En la parte que toca del género fantástico, los lectores y espectadores estamos habituados a consumir este tipo de historias, por lo que si siempre nos dan lo mismo pueden ocurrir tres cosas: o bien te posee la más absoluta indiferencia —lo cual es malo—, que te guste porque creas que debe ser así, o empiezas a preguntarte cómo hubiera sido esto o aquello de tal o cual forma.

No deja de ser una cinta francamente predecible que, como salido de un manual, aporta los mismos clichés de siempre.

Pero aunque conozcamos al dedillo lo que va a pasar en este u otro punto del metraje, Disney ha querido “engañarnos” —algo que hace a menudo, desde el buen sentido— y presenta una cultura que no había explorado aún en sus películas como justificación de ir a ver Vaiana. Más allá de eso, sin embargo, el recurso de la ambientación es en realidad un macguffin disimulado, pero que aún así algo de relevancia tiene el tema de los dioses y la antigua Polinesia en el relato. También nos regala un personaje divertido y llamativo como es Maui, cuya arma es un gran anzuelo y que le permite convertirse en animales.

El apartado técnico es, a todas luces, lo más importante de VaianaLa calidad de la película en materia visual es francamente espectacular, con unos colores vívidos, unos contrastes espléndidos y una construcción de escenarios, personajes y efectos especiales a la altura de la segunda década del siglo XXI. La razón para ver Vaiana es sencillamente esta: recrearse en cada detalle del entorno, cada detalle del agua y cada pelo sobre la cabeza. Puede que en Disney siempre tengan la misma oferta, pero hay que reconocer que las cuestiones artísticas las trabajan mucho, no hay más que ver la escena de los cocos.


Poco más que añadir a lo que se ha dicho ya de Vaiana. No es una mala película porque no deja de ser la misma y amable historia repetida hasta la saciedad, cambiando los elementos y los personajes, pero el sentido de la maravilla termina diluyéndose un poco si ya conocemos las películas de Disney. El público que más disfrutará con ella es el infantil —quien de paso aprende nociones básicas de otras culturas del planeta, no solo la occidental de cafés gigantes y grandes ciudades—, aunque los adultos sabrán apreciar el mensaje parcialmente oculto que, dada la casualidad, también es el de toda la vida.

Vaiana es el ejemplo perfecto de película de una compañía que no quiere arriesgarse, que se lanza a lo seguro y no propone cosas más o menos originales como Tiana y el sapoEnredados o Zootrópolis. No es ningún secreto que Vaiana es una parte más del engranaje de la mercadotecnia, parte del merchandising asociado a cada estreno importante de Disney, independientemente de lo que recaude la cinta en salas de cine y luego en el mercado doméstico. El diseño de los muñecos, el ambiente, las mascotas, los peluches, el aspecto de la “princesa” de turno, los libros de arte, las sandwicheras y los abalorios, todo ello está calculado al milímetro para engrosar las arcas, a cambio de una reducción argumental.

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