No es desconocida para los lectores de fantasía la habilidad con la que Sanderson entreteje las ideas que introduce en sus historias. Sabemos que tiene unas creencias muy marcadas, pero eso no quiere decir que haga de sus personajes y sus escenas una forma disimulada de “misionizar” al prójimo. Es cierto que es un tema que no se suele comentar en redes porque suele herir sensibilidades, pero considero que siempre hay que tener en cuenta la vida de los autores y cómo ejercen el control sobre sus escritos. Sí, es verdad, las diversas divinidades siempre están muy presentes en cada una de sus obras, pero si os fijáis, la relación que tienen los personajes con ellas varía dependiendo de en qué mundo del Cosmere nos encontremos.
Quizá os estéis preguntando si esta reseña de Brazales de duelo va a tratar o no de Waxillium Ladrian, Wayne, Steris, Marasi y MeLaan. Por supuesto que sí, y de hecho creo que cada uno de estos personajes tiene bastante chicha en la novela, pero creo que es importante destacar que lo que hace sobresalir a esta entrega de los “victorianos” de “Nacidos de la bruma” es precisamente la sensación que parece tener Wax cuando descubre que quizás no todas las intenciones de Armonía son de un carácter puro y amable. Es verdad, todo el tema de Ruina se deja bastante apartado, al igual que la manipulación del famoso libro que se comenta en las entregas anteriores, pero es por una buena razón. Hay muchas cosas de las que hablar con respecto a la (o las) divinidades presentes, lo que nos hace volver a la infancia de Wax en la arboleda de los terrisanos dentro de Elendel y la razón por la cual el libro se titula precisamente Brazales de duelo.
En cuanto a la infancia del protagonista, cabe decir que es un tanto frustrante esto de los flashbacks. Nunca me han gustado especialmente porque me parece una especie de “camino fácil” para tratar de explicar determinados comportamientos o aptitudes de los personajes que quizás no han quedado bien enmarcadas dentro de la historia. En este caso, el vínculo de Wax con su hermana Telsin y la actitud de esta, el escaso control de los poderes alománticos de los que dispone Wax en aquella época, el vínculo con su tío, su decisión de viajar a los Áridos para hacerse un nombre y su posterior encuentro con Wayne, es algo de gran peso en la narración, pero para mi gusto no habría sido necesario un flashback, sino que se podría haber explicado en Aleación de ley, eso sumado al hecho de que la novela en sí no era especialmente extensa. Incluso me planteo lo interesante que habría sido haber presentado a todos estos personajes —o al menos, a la gran mayoría —, al estilo de lo que hizo Sapkowski en las dos primeras entregas de Geralt de Rivia o el propio Sanderson en Arcanum ilimitado.
Pero he de reconocer que Brazales de duelo, pese a ciertos problemillas como el que cuento un poco más arriba, transcurre con un mejor ritmo que Sombras de identidad. El autor no se pierde en descripciones sin sentido, sino que todas las que presenta las hace teniendo en mente lo que va a tratar en futuras escenas, por lo que no perderemos el hilo en ningún momento y tampoco tendremos la sensación de que los personajes pueden llegar a ser algo secundario en una trama que bien podrían haber interpretado otro grupo de personajes con cualquier otro nombre.
Para mi gusto, Wax recupera parte de la presencia que demostró en Aleación de ley —aunque eso signifique mostrarse un tanto insoportable en ocasiones—, pero sin duda alguna quien más me gusta es Wayne. Sigue siendo el de siempre, más parecido a un kender que a un humano, pero es verdad que la historia le completa un poco más. El personaje tiene aquí más luces y sombras, no ya porque en esos mencionados flashbacks se nos explique la razón por la que no puede sostener ninguna arma de fuego sin ponerse a temblar incontrolablemente, sino porque podremos echar un vistazo a algunas de sus más profundas debilidades, aquellas que tienen una relación directa con sus sentimientos, algo que normalmente parece ajeno a él. De hecho, en este libro he encontrar una de las escenas más chulas que he leído en mucho tiempo y, sin dudarlo, ha pasado a formar parte de mi “top 10” de los mejores pasajes jamás escritos. Pero como se suele decir “eso es una historia que tendrá que ser contada en otra ocasión”, ya sabéis que nuestras reseñas van sin spoilers.
Lo único que puedo destacar como negativo tanto en Brazales de duelo como en la mayoría de los firmados por el autor —algo que por desgracia es endémico entre muchos escritores de fantasía— es la incapacidad para crear personajes femeninos verdaderamente interesantes. Hay ocasiones en las que parece que una vez hubo “El Personaje Femenino” y que todos los que han derivado de ese prototipo no han sido más que copias ligeramente modificadas. Es una sensación desagradable, como aquella que se tiene cuando sabes que has olvidado algo pero no sabes qué es, cuando tienes una palabra en la punta de la lengua o cuando te pica donde no llegas para rascarte. Es algo incómodo que, sinceramente, creo que debería solucionarse en futuras entregas de “Nacidos de la bruma”.
The Bands of Mourning: A Mistborn Novel, 2016. Brandon Sanderson. Traducción de Manuel de los Reyes García. Nova, 2017, 512 págs. Rústica con solapas, 19,50 €.
En resumen, Brazales de duelo es un libro interesante para conocer el devenir de Elendel, comprender lo que pasó al final de la primera trilogía, y tratar de dilucidar si en futuras entregas de esta serie el mundo seguirá evolucionando introduciendo a esos otros habitantes de más allá del desierto —y aquí puedo decir lo interesantísimo que me ha parecido Allik Nuncalejos y su civilización—, y que para los que hemos leído Arcanum ilimitado, nos ofrece infinitas posibilidades. Es un buen cierre de este ciclo narrativo, aunque como ya he dicho, lo más interesante en sí sea la relación de Wax con Armonía y todo lo que esto conlleva.
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