Es imposible resistirse a los encantos gráficos de Skottie Young, y es que no podemos olvidar su fantástica recreación visual de las adaptaciones que hizo Eric Shanower para Marvel hace una década, y que todo buen lector de fantasía —y sobre todo los lectores de las aventuras de Dorothy y compañía de L. Frank Baum— no debería perder la pista.
Por las manos de Young han pasado las versiones cabezonas de los iconos de la Casa de las Ideas, además de una serie propia de Mapache Cohete y una novela infantil escrita por Neil Gaiman, El galáctico, pirático y alienígena viaje de mi padre —más recientemente ha escrito Bully Wars, de cuyo dibujo se encarga Aaron Conley— . Pero el artista americano quería tener su propia serie, en la que su propia creatividad estuviera limitada tan solo por sí mismo, donde pudiera hacer lo que quisiese, y en el que la protagonista pudiera devorar a policías con cabeza de seta o partir cosas a hachazos sin que nadie haga nada al respecto.
El resultado fue I Hate Fairyland —la serie empezó a publicarse en 2015 dentro del sello independiente Image—, una comedia de fantasía protagonizada por una niña llamada Gertrude cuya vida —esto se deduce de la primera viñeta— es la típica de una chiquilla que sueña con visitar el país de las hadas, hasta que su sueño se hace realidad y su vida se convierte, literalmente, en un infierno. O más bien, el mundo al que viaja se convierte en un infierno, porque Gertrude pasa de ser un alma pura e inocente a todo lo contrario: Gertrude tiene ecos de Dorothy y Alicia, pero está amargada y como una chota, no sin motivo.
En vez de lanzarnos a una disertación deconstructiva del cómic —lo cual sería un despilfarro de tinta innecesario—, seamos directos en cuanto a I Hate Fairyland se refiere. En primer lugar, decir que no es en absoluto un cómic para niños, ya que hay sangre, vísceras y diversos personajes típicos de las historias de fantasía que salen malparados al cruzarse en el camino de Gertrude —o más bien ellos están ahí tan ricamente y Gertrude los atraviesa, sin más—. I Hate Fairyland es muy gore, no por nada es una parodia, así que no es una lectura apta para los más pequeños de la casa pese a sus colorines y estilo cartoon.
En segundo lugar tenemos el apartado visual, lo que sin lugar a dudas más llama la atención de I Hate Fairyland. Si en anteriores ocasiones Young nos ha dejado enzarzados en su red, ahora es imposible resistirse. Young ha perdido aquí toda sutileza y lleva el estilo personal a cotas más salvajes, con viñetas grandes en las que destacan plenamente las formas de los personajes y el escenario. Es un deleite para la vista a cuyo apartado contribuye enormemente el coloreado de Jean-François Beaulieu, como ya hiciera en los cómics de Oz de Shanower. En resumen, que prácticamente nos tenemos que quitar las gotas de sangre de la cara y oír el plotch que hace el hacha al sajar.
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I Hate Fairyland 1: Madly Ever After, 2016. Skottie Young y Jean-Francois Beaulieu. Traducción de Santiago García. Panini Cómics, 2017, col. “Evolution”, 160 págs. Tapa dura, 16,00 €.
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I Hate Fairyland no es como Fábulas, por si se os ha pasado por la cabeza la comparación. Esto quiere decir que no hay diálogos reposados, una trama complicada, innumerables referencias al folclore tradicional, personajes tridimensionales que evolucionan con la trama, tensión dramática... Tenéis que quitaros eso de la cabeza, porque I Hate Fairyland es un reflejo de como Gertrude hace las cosas: todo lo que toca, allá por donde pasa, todo se estropea, se rompe, lo aniquila. Esto es un cómic en el que los diálogos sesudos sobran, es un tebeo de acción en el que la protagonista se abre paso a hachazos hacia su objetivo. Es simple y llanamente, diversión descerebrada en estado puro con un apartado artístico a rebosar de azúcar.
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