7 de julio de 2020

‘El cazador’, muerte y ambición en 8 bits


Son muchos los pecados que puede llegar a cometer el ser humano en vida, o por lo menos el ser humano de los cuentos, el de las narraciones escritas y el de los relatos contados a la luz de una hoguera, entre la escarcha nocturna y el aullido del viento. Es probable que, de todo el repertorio, el ansia desmedida y la ambición estén en dura pugna con otros famosos pecados de la lista, pero el que seguramente se lleve el premio sea el desafío a la misma muerte. «Eh, eso no es un pecado», dirán algunos, pero no hay duda de que el intento de esquivar a la Imperecedera y, peor aún, escupir en su ojo eterno con certera puntería, es una osadía de primer orden.

Es aquí donde entra en juego El cazador. En este breve cómic de Joe Sparrow, al cuarto conde de Reisenskog, bravucón como él solo, no le basta con poseer tierras y riquezas, sino que harto descontento con su posición social —ese hastío que de vez en cuando sufren los adinerados de los relatos—, decidió un día que se embarcaría en una aventura para matar un ejemplar de cada criatura viva que exista —entiéndase aquí por animales con cuernos, pelo, cola y colmillos—. Sin saberlo, el conde de Reisenskog se condena a sí mismo, por simple audacia aristocrática, en la segunda viñeta del cómic.


Las raíces narrativas de las que se nutre El cazador de Sparrow no son tan evidentes como pudieran parecer —hay aquí algo de tradición oral, también de literatura clásica—, pero no podemos obviar ciertos paralelismos en su espíritu y tono. Sin ir más lejos, en apenas treinta páginas Sparrow refleja el espíritu de los cuentos de Edgar Allan Poe, Neil Gaiman y algo de Charles Dickens, de la tradición popular y de la naturaleza humana, algo que los tres conocen muy bien. El conde de Reisenskog es, sin dudarlo, el paradigma del personaje que termina siendo atormentado por su ambición y su grave falta, aquel que, pese a todo, halla un vacío en su propia existencia. La muerte siempre anda rondando por detrás. «Cada pieza era una victoria. Un fragmento arrebatado a un mundo violento al que imponía cuidadosamente un orden», cuenta el narrador. ¿Quién es entonces el monstruo? ¿Quién, pues, genera el caos?


El cazador

The Hunter, 2015. Joe Sparrow. Traducción de Lorenzo F. Díaz. Nuevo Nueve, 2020, 32 págs. Tapa dura, 15 €.
El cazador es de hecho, y pese a las apariencias, un cómic bastante profundo pero que debido a su extensión puede pasar desapercibido entre la masa de novedades. No se quiere engañar a nadie, se lee en un suspiro, pero deja en el cerebro ese poso de reflexión como solo saben dejar los buenos cuentos.

Por suerte, El cazador no es solo un cuento sobre la naturaleza humana, sino que es un pedacito de maestría artística, muy curiosa además, que le sienta estupendamente a la narración. Hablamos del «pixel art » del que hace gala el cómic y que es uno de sus principales reclamos. Joe Sparrow, artista inglés que ha trabajado en otros ámbitos del mundo del diseño y la animación, presenta en El cazador una curiosidad bien recibida, que bebe del estilo de los videojuegos de 8 y 16 bits para presentarnos el relato. Pero lejos de ser un apartado gráfico estanco, con figuras acartonadas y escenarios cuadriculados, el conjunto resulta muy dinámico, refrescante y placentero para la vista, con secuencias hábilmente diseñadas para una narración que gana en intensidad con cada página que pasamos, y cuya única pega es que no tiene sonido acorde con lo visual.

A modo de conclusión, no dejéis de visitar la web del autor y echar un ojo a algunas de las viñetas de El cazador que Sparrow ha animado a modo de reclamo.

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